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Un bear market se define como un ajuste de 20% o más en alguno de los principales índices accionarios.

El viernes de la semana pasada, el S&P 500 estuvo brevemente en territorio de bear market al registrar un retroceso de 20% desde su máximo histórico de 4,796.56 puntos del 3 de enero de este año.

Con la excepción del fugaz bear market observado entre febrero y abril del 2020, detonado por la pandemia, el S&P 500 lleva 12 años de bull market –es decir de una tendencia alcista prácticamente ininterrumpida.

Aunque el bull market de 2009-2022 fue amenazado por episodios de corrección –una corrección se define como un ajuste de 10% o más– el bull market de este periodo se caracterizó por que estos episodios fueron temporales y en cada uno de ellos los índices se recuperaron en cuestión de semanas o meses para establecer nuevos máximos históricos. Inclusive el bear market del 2022 fue muy atípico ya que duró sólo unas semanas.

El común denominador durante los últimos 13 años fue la gran ola de liquidez global incitada por las políticas monetarias expansivas de los bancos centrales más importantes del mundo, lideradas por la Fed.

Los estímulos incluyeron la disminución de las tasas de interés a mínimos históricos (con tasas negativas en algunos casos) e inyecciones de liquidez sin precedentes por parte de los bancos centrales.

Asimismo, el mercado accionario estadounidense recibió un impulso adicional en la forma de estímulos fiscales, primero en el 2018 (con la reducción de las tasas de impuesto sobre la renta) y de nuevo en el 2020-21 (con un fuerte aumento en las transferencias directas a los ciudadanos para combatir la pandemia).

En esos 13 años, la economía estadounidense tuvo una recuperación lenta y dispareja. Pero la gran ola de liquidez fue superior a cualquier factor fundamental.

Las utilidades de las empresas crecieron, pero sus valuaciones lo hicieron a un ritmo mucho más acelerado debido a una fuerte expansión de múltiplos –es decir el mercado estaba dispuesto a pagar más por cada dólar de utilidades que en el pasado. Mientras la tasa libre de riesgo fue cero y la liquidez infinita, la demanda por acciones tuvo un soporte fuera de lo común.

En la actualidad, el contexto es muy diferente. La era de política monetaria súper expansiva se ha acabado. Los bancos centrales están en pleno proceso de alza de tasas y comenzando a retirar liquidez para combatir la inflación.

Los estímulos fiscales implementados para amortiguar el choque de la pandemia se están retirando y los gobiernos están más preocupados por reducir sus déficits presupuestales y sus niveles de endeudamiento.

Adicionalmente, la economía estadounidense se está desacelerando y el riesgo de recesión ha aumentado considerablemente. Claramente, los retrocesos de casi 20% en el S&P 500, 14% en el Dow Jones y uno de casi 30% en el Nasdaq están ya descontando, en alguna medida, la creciente complejidad del entorno actual.

Sin embargo, los especialistas se preguntan en qué medida están descontados ya los escenarios más probables y aquí es donde la respuesta se complica. No todos los especialistas anticipan una recesión y aun los que la ven como algo inevitable esperan que sea relativamente corta y poco profunda.

Esto parecería apuntar a que los índices accionarios pronto podrían tocar fondo –sobre todo considerando que las acciones más especulativas de la pandemia han retrocedido entre 50 y 90% desde sus máximos.

Sin embargo, el entorno actual es sumamente incierto (nadie sabe cuánto va a durar la guerra en Ucrania) y las herramientas de política económica que dieron pie al bull market más duradero de la historia no están disponibles en un entorno inflacionario como el actual.

Eso hace pensar que el bear market podría apenas estar empezando y que los principales índices podrían caer aún más antes de comenzar a recuperarse.