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Más tardaba el Fondo Monetario Internacional (FMI) en publicar su reporte “Perspectivas globales y retos políticos” que, desde los círculos gubernamentales y afines, en destacar la línea que aseguraba que el FMI pronosticaba un fuerte crecimiento de la economía mexicana, tras la entrada en vigor de las reformas estructurales.Y cómo no festinar tan optimista pronóstico, cuando la constante en torno a la economía mexicana han sido las previsiones de menor dinamismo y un entorno pesimista.

El mismo gobierno federal decidió presentar una estimación de crecimiento para el próximo año inferior a lo que estiman los analistas privados, quizá con toda la carga que implica en lo político el llevar dos años en revisiones a la baja de los pronósticos oficiales.

Claro que si llega un organismo del tamaño y la importancia del FMI a anticipar en una línea del amplio documento algo mejor para esta alicaída economía, es muy útil para generar algo que le falta a los agentes económicos: confianza.

Porque el mismo documento de alcances internacionales habla del sector externo como el motor que ha dinamizado la economía mexicana a estas alturas de la recuperación. Pero hay otro dato en el mismo texto que no puede soslayarse hablando de este mismo país. Y es la advertencia de no cometer excesos financieros.

No es una letra escarlata sobre el manejo financiero nacional, es la advertencia global de estar preparados con una buena salud fiscal ante la inevitable turbulencia que viene con los movimientos monetarios que no tardan en llegar.

Para el Instituto Mexicano de Contadores Públicos, al ritmo actual, la deuda pública habrá de llegar a 100% del Producto Interno Bruto a la vuelta de 11 años. Y eso no es precisamente una práctica sana.

Estados Unidos puede darse el lujo de tener un endeudamiento del tamaño de su economía. Japón, que es una potencia mundial, tiene como lastre la deuda triplicando el tamaño de su economía. Más bien hay que ver casos como el de España, que entre su déficit público y su enorme deuda, enfrentaron una crisis enorme.

México está en el cajón de las economías emergentes, que son las primeras que son abandonadas cuando hay turbulencias internacionales. Y la salud financiera es indispensable para que se atraigan las inversiones.

El esfuerzo correctivo para el próximo año es tímido, prácticamente ausente. No hay nada de espanto. Pero sí una febrícula del cuerpo económico que tiene pronosticado un déficit de casi 4 por ciento del PIB y una deuda de 43 por ciento con respecto al tamaño de la economía, que recuerdan que las viejas enfermedades financieras de décadas pasadas empezaron con estos síntomas.

México va a crecer más en los años por venir y no hay duda de que las reformas estructurales propician un crecimiento sano. Faltará quizá el componente de una buena reforma hacendaria y otra contra la corrupción.

Pero estimular permanentemente el crecimiento con los esteroides de la deuda y el déficit puede acabar por comprometer el funcionamiento mismo de todo el conjunto de la economía.

Celebremos pues que el FMI nos echa porras en materia económica, pero no perdamos de vista esa segunda línea de su advertencia sobre la necesaria salud financiera.