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A casi 11 años de haber comenzado, el bull market más largo de la historia concluyó el 12 de marzo. Después de alcanzar máximos históricos el 19 de febrero, los tres principales índices accionarios de EU registraron caídas superiores a 20% (que esta semana se han extendido) dejándonos en territorio de bear market —un bear market se define como un ajuste de 20% o más.

A pesar de sufrir varios episodios de corrección —una corrección se define como un ajuste de 10% o más— el bull market de los últimos 11 años se caracterizó en que estos episodios fueron temporales y en cada uno de ellos los índices se recuperaron en cuestión de semanas o meses para establecer nuevos máximos históricos.

El común denominador durante esta duradera racha alcista fue la gran ola de liquidez global incitada por las políticas monetarias expansivas de los bancos centrales más importantes del mundo. Estas políticas monetarias incluyeron tanto la disminución de las tasas de interés a mínimos históricos (incluyendo tasas negativas en algunos casos) como inyecciones de liquidez sin precedentes por parte de los bancos centrales.

Asimismo, el mercado accionario estadounidense recibió un impulso adicional en la forma de los estímulos fiscales que redujeron las tasas de impuesto sobre la renta significativamente en el 2018.

A pesar de que la muerte de este bull market fue presagiada de manera prematura por muchos analistas y el hecho de que los múltiplos de valuación se encontraban cerca de máximos históricos a comienzos de este año, la mayoría de los especialistas esperaban que el bull market se extendería por lo menos durante este 2020.

Esta expectativa estaba anclada en el pronóstico de que la economía global estaba por entrar en una fase más sólida de crecimiento después de dos años bajo la sombra de la guerra comercial.

Asimismo, la expectativa de un buen año para los mercados accionarios estaba estrechamente ligada a un entorno de tasas de interés aún favorables, incluyendo la decisión de la Fed en el 2019 de meter reversa a su proceso de normalización de política monetaria. Sin embargo, nadie tenía en el panorama la posibilidad de un nuevo cisne negro.

De acuerdo a la teoría desarrollada por Nassim Nicholas Taleb, un cisne negro es un evento cuya probabilidad es bajísima tomando como base a la evidencia histórica, pero cuyas consecuencias son de implicaciones históricas.

El último cisne negro en los mercados fue la crisis financiera del 2008-09. Aquel evento fue caracterizado por la explosión de una burbuja que venía gestándose de manera corrosiva durante varios años y que devastó al sistema financiero y a la economía real. En esta ocasión, el cisne negro es un choque exógeno de carácter temporal pero de impacto y duración incierta en la forma de una pandemia global.

A este problema hay que sumar el choque de oferta en el sector petrolero y el impacto desestabilizador que éste tiene para la economía global. Aunque en teoría la magnitud de este cisne negro debería ser menor que la del 2008-09, la debilidad para enfrentarlo se encuentra en que las autoridades económicas tienen muy poco espacio de maniobra para implementar medidas de estímulo suficientes para evitar una fuerte recesión después de 11 años de utilizar de manera liberal el arsenal de herramientas.

Ante esta situación, es probable que los mercados mantengan una tendencia negativa y gran volatilidad hasta que haya evidencia de que la curva representada por el número casos comience a aplanarse.