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En Estados Unidos es tradicional que el cuarto jueves de noviembre se celebre el Día de Acción de Gracias (Thanksgiving Day). La costumbre tiene su origen -según me acabo de enterar- en el año 1621, en Plymouth, actual estado de Massachusetts, su objetivo fue el agradecer a Dios una buena cosecha. Sin embargo, según leo, existe una controversia sobre el sitio donde se llevó a cabo por primera vez el día de Acción de Gracias en aquél país. Según Robyn Giola y Michael Gannon, profesores de la Universidad de Florida, la celebración se debe a los españoles, que la realizaron el 8 de septiembre de 1565, en lo que hoy es San Agustín, Florida. (Si Donald Trump, cuyo odio a todo lo que suene, huela o provenga de hispanos es evidente, se entera de éste dato es capaz de prometer que de llegar a la presidencia del país vecino cancelará la festividad).

Pero a estas alturas y para los fines de este escrito, el origen de la fiesta es lo de menos. Sólo agregaré que ese día se acostumbra en los hogares de Estados Unidos de Norteamérica, reunirse familiares y amigos para compartir una cena donde el pavo es el alimento estelar.

Ya en el siglo XX, al día siguiente del jueves de Acción de Gracias, se declaró en los comercios estadounidenses la inauguración de la temporada de compras navideñas con significativos descuentos y ventas especiales. Esto motivó que la población saliera de compras de tienda en tienda abarrotando las calles de personas y tráfico de vehículos. Fueron los oficiales de policía encargados de la circulación del tránsito los que bautizaron este día como el Viernes Negro (Black Friday). En la década de los 60, el término se hizo popular.

Además, se le encontró otro significado al concepto Viernes Negro, debido a que las compras de este día mueven la economía cambiando, en la contabilidad de los comercios, los números rojos por números negros.

El que escribe pasó un Black Friday en McAllen, Texas, y quedó asombrado por algunas verdaderas ofertas, un sinnúmero de corbatas que normalmente valían entre 20 y 25 dólares a dólar. Recuerdo que compré una cámara fotográfica digital en 80 dólares siendo su precio normal de 139. Pude comprobar que las ofertas y los descuentos eran reales.

En México, desde el año 2011, se implementó el Buen Fin, una versión del Viernes Negro pero a la mexicana, es decir: una simulación para endeudar a la clase media-media y media baja (pobres VIP) con sus tarjetas de crédito; un pretexto para quedarse con el botín de los aguinaldos que algunas empresas y dependencias gubernamentales otorgan en la primera quincena de noviembre para que “la perrada”, “los Godínez” se lo gasten en esta promoción, cuyos ganchos son mercancía a la que primero suben de precio y luego lo rebajan.

La Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) descubrió que varios almacenes aumentaron, hace dos semanas, desde 10 hasta 40% los precios de pantallas, televisores, computadoras, teléfonos móviles y otros electrodomésticos de los de mayor demanda, para luego hacerles rebajas de precio “espectaculares”. Ellos no pierden y el consumidor piensa que se lleva a su casa una ganga.

Cierto es que existen tiendas que ponen saldos o artículos fuera de moda o temporada con alguna verdadera rebaja, o al 2 x 1 -sujeto a disponibilidad- auténticos ganchos a pagar a meses sin intereses. En realidad, es en el pago con tarjetas de crédito a meses sin intereses donde estriba el gran negocio del Buen Fin y de los voraces banqueros que en México cobran más intereses que en cualquier otro lugar del mundo.

El gobierno puso un aliciente para embarcar a los tarjetahabientes. El Servicio de Administración Tributaria organizó un sorteo fiscal para el Buen Fin con 500 millones de pesos en premios para aquellos que hayan pagado con tarjetas bancarias. Los premios no excederán los 10,000 pesos ni serán menores a 250 pesos.

Al parecer los únicos que aprovecharon el Buen Fin para poner algo muy barato fueron los señores Senadores de la República, que abarataron la Medalla Belisario Domínguez al adjudicársela al señor Alberto Bailleres, explotador de minas y contaminador de ríos y, entre otras cosas, el tercer hombre más rico del país.

Fernando del Paso

El Premio Cervantes 2015, máximo galardón en la literatura escrita en español, fue otorgado al gran escritor mexicano Fernando del Paso, novelista, ensayista, dibujante y poeta. Aunque ya he reproducido en otra ocasión aquí este soneto de su autoría, lo vuelvo a hacer para deleitar a los lectores con tamaña belleza:

Como el oro, por rubio, es tu cabello./ El oro y el otoño, que es su hermano,/ se despiden, volando, del verano/ y viajan, río abajo, por tu cuello./ Y yo, que me robé y guardé un destello/ en el hueco más claro de la mano,/ una carta, en las hojas de un manzano/ te escribo con su brillo, la embotello/ en un litro de luz y te la envío, / y dice así: “El mar, mi casa entera,/ el corazón, mis ojos, cinco rosas:/ por ahogarme de nuevo en ese río/ de dorada quietud, qué no te diera:/ mi peso en oro, en sol, en mariposas”.

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