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Antier definió Donald Trump el propósito de gobierno que más deben temer los mexicanos: denunciar y renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, establecido en 1994.

A diferencia de la salida de la Unión Europea, que implica al menos una negociación de dos años desde que se plantea formalmente a los países miembros, el Tratado de Libre Comercio puede quedar sin efecto en seis meses, contados a partir del día en que uno de los miembros decida salirse.

Las consecuencias de esa decisión serían costosas para la región, pues el Nafta representa un flujo de comercio diario del orden de los 3 mil 300 millones de dólares y la suma total del intercambio, nada más entre México y Estados Unidos, es del orden de los 531 mil millones de dólares al año.

Las pérdidas para Estados Unidos de suspenderse el tratado serían significativas, pues se calcula que 6 millones de empleos en aquel país dependen o se sustentan en la economía Nafta.

Pero para México la suspensión del TLCAN sería simplemente catastrófica, destruiría de hecho la única parte de la economía que funciona, la economía de exportación, origen directo del crecimiento, muy superior al promedio nacional que registran estados norteños y del Bajío como Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes, Nuevo León.

La idea de que los tratados de libre comercio han destruido los buenos empleos industriales de antaño, en ciudades y estados claves de la Unión Americana, no es solo una ocurrencia de Trump.

Es también una convicción de Bernie Sanders y una asignatura pendiente del Partido Demócrata con los grandes sindicatos industriales, sus antiguos aliados.

A esa potente franja de sensibilidad contraria al libre comercio, hay que agregar la nota de rechazo a la migración de extranjeros que absorben empleos y multiculturalizan el paisaje social.

Sintomática, en este sentido, ha sido la decisión de la Corte de no pronunciarse sobre la propuesta de apertura migratoria de Obama que hubiera beneficiado a 4 de cada 11 indocumentados que viven y trabajan en Estados Unidos.

El brexit aislacionista que puede estarse cocinando en el electorado estadunidense es el de un doble apretón comercial y migratorio, una pinza de riesgos potenciales catastróficos para México, y para Norteamérica.

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