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Si vemos una fotografía de los principales índices accionarios al 31 de diciembre del año pasado y otra del cierre al día de ayer probablemente se podría pensar que durante los primeros dos meses y medio del año no pasó gran cosa. Sin embargo, al revisar la película, es evidente que los primeros dos meses y medio del 2016 fueron todo menos tranquilos.

Una fotografía al 11 de febrero pintaba un panorama negro para los mercados, dominado por el miedo, revivía los temores más profundos para los inversionistas. El fuerte incremento en la volatilidad y el pánico observado durante enero y buena parte de febrero llevó a muchos observadores a cuestionar si estábamos en la antesala de una debacle en los mercados similar a la del 2008.

Aunque hoy, después de la recuperación de los mercados de las últimas semanas, resulta más fácil apostar a que no estamos ante una situación como la del 2008, es importante aprender las lecciones de este último episodio de gran volatilidad.

Desde que empezó el bull market en el 2009, los mercados accionarios han tenido traspiés muy importantes en el verano del 2011, en menor medida en el verano y otoño del 2012, en el otoño del 2014 y más notablemente, en el verano del 2015. La gran diferencia entre esos ajustes y el de principios de este año, además de la magnitud, fueron las razones detrás de cada uno.

Mientras que los ajustes anteriores al del 2016 se podían atribuir a eventos puntuales que se dieron prácticamente de manera independiente —como la crisis griega, la crisis presupuestal de Estados Unidos y el taper tantrum—, la debacle de enero y febrero de este año no es atribuible a un solo evento, sino al deterioro fundamental de un conjunto de factores que prevalecen.

Si bien los riesgos se pueden haber sobredimensionado en su momento, los factores de riesgo que planteamos en la edición de “Sin Fronteras” del 21 de enero pasado siguen latentes y pueden volver a ser sobredimensionados en cualquier momento. Dentro de estos riesgos están: i) la caída en los precios del petróleo y otros commodities; ii) la incertidumbre sobre la magnitud de la desaceleración de la economía china; iii) la incertidumbre sobre el impacto de una política monetaria menos acomodaticia en Estados Unidos, y iv) el impacto de todos estos factores sobre las economías emergentes.

Los precios del petróleo parecen haberse estabilizado, pero nadie se atreve a descartar una nueva recaída. La economía china se está desacelerando y, aunque los mercados parecen sentirse más cómodos con un escenario de aterrizaje suave, basta con un par de datos débiles, aun sean coyunturales, para reavivar los temores. Por el lado de la política monetaria en Estados Unidos, la semana pasada la Reserva Federal (Fed) alivió parte de las preocupaciones al reconocer que tendrá que subir las tasas menos de lo que originalmente había anticipado.

Por último, la caída en los precios de los commodities y la reversión de los flujos de dinero a los mercados emergentes han provocado un deterioro importante en los fundamentales de dichos países que prevalece. La presencia de estos riesgos obliga a pensar que la volatilidad no tardará en regresar y que el 2016 podría ser un año complicado para los mercados.

Aunque hoy en día el nivel de incertidumbre es muchísimo menor al de 2008-2009, también debemos reconocer que las autoridades financieras tienen mucho menor campo de acción que en ese entonces. En el 2008-2009, las autoridades financieras tenían un arsenal de opciones de política económica para reestablecer la confianza en los mercados y estimular la economía. hoy en día, las herramientas tanto fiscales como monetarias son muy limitadas.