Elecciones 2024
Elecciones 2024

Este martes 3 de noviembre, Estados Unidos determina su futuro.

En largas, interminables y silenciosas filas, casi 100 millones de personas en todo el país han votado, en esta que es una de las elecciones presidenciales más tensas, inciertas, electrizantes y trascendentes de la historia contemporánea.

La impresionante afluencia a las urnas, que ya rebasó dos tercios de la elección del padrón electoral de 2016, promete abatir el tradicional abstencionismo superior al 40 por ciento con la participación de más de 20 millones de votantes determinantes en seis de los más importantes estados de batalla que no habían participado en comicios y a quienes cortejan tanto el presidente Donald Trump como el ex vicepresidente demócrata Joe Biden.

Aferrado a su reelección, Donald Trump lucha desesperado por ser más competitivo, tratando de superar las consecuencias de su pésimo manejo, obstrucción y negación de la pandemia del coronavirus, que se aproxima a 10 millones de infecciones, con una cuota de 235.000 muertes, las cifras más altas del mundo, que aumentarán sin una acción coherente y congruente, advirtió el Dr. Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas, veterano de múltiples epidemias, respetado y reconocido a nivel mundial.

El presidente trata de minimizar sus múltiples abusos, mentiras, escándalos, insultos, incompetencia y deshonestidad, que han dado una ventaja de hasta 16 puntos a Joe Biden a nivel nacional.

Trump ha perdido terreno en estados clave que ganó en 2016, como Arizona, donde su oponente demócrata Joe Biden lo aventaja por 4 puntos, Carolina del Norte por seis puntos, Michigan 12 puntos, Wisconsin de 8 puntos además de un cerrado margen de ventaja en Florida, Texas y Iowa, lo que afecta a legisladores que le son incondicionales.

En esta elección es mucho lo que está en juego y mantiene a la expectativa a los estadounidenses como a todo el resto del mundo, que destacan la urgencia de un resultado masivo en favor del demócrata Joe Biden, para conjurar el riesgo que implicaría una elección cerrada, en la que el presidente Trump genere un caos, para justificar el despliegue de policías, militares y funcionarios federales que actúen a su favor, mientras su comité de campaña, está ya preparado para inundar las cortes locales, estatales y federales del país, con la intención de revocar, anular o descalificar cada voto en contra suya.

De conseguir con maniobras sucias la victoria que no le dio el voto popular, los votantes de Estados Unidos perderían la oportunidad de seleccionar libremente al sucesor de Trump, como han hecho durante 244 años, lo que marcaría el final de la democracia más prolongada del mundo.

La eventual selección directa de los integrantes del Colegio Electoral por parte de las legislaturas estatales en estados bajo control republicano podría ignorar el voto popular, e imponer al presidente Trump.

Esa maniobra, aunque permitida por imprecisiones de la Enmienda 12 de la Constitución, sería interpretada como una burla a la votación popular y un golpe de estado técnico, que tendría como respuesta coraje, frustración, manifestaciones en todo el país, demandas y muy posiblemente violencia, como hizo evidente el intento de secuestro y asesinato de la gobernadora demócrata Gretchen Whitmer, de Michigan, frustrado por el FBI.

Esta es la primera elección presidencial en la historia bajo asedio de una mortífera y persistente pandemia mundial, que minimizó y manejó pésimamente el presidente Trump y golpeó a Estados Unidos con una profunda recesión, disparó el desempleo a 17%, arrebató el salario a 50 millones de trabajadores que no pueden pagar un seguro de salud bajo esta emergencia sanitaria y los enfrenta a la amenaza de desalojo de viviendas que rentan y ya no pueden pagar.

A consecuencia de la falta de capacidad y negligencia del gobierno de Trump, miles de empresas medianas y pequeñas están al borde de la quiebra, luego que no fueron consideradas por el paquete de “alivio económico” de 4 trillones de dólares, que benefició solo a grandes empresas, a compañías de Trump y sus socios, a sus hijos y de legisladores republicanos que le son incondicionales.

Los comicios de este martes son vistos por analistas como la lucha entre la verdad y mentira, honestidad y deshonestidad, respeto a la legalidad y la constitución, (que el presidente Trump viola desde el primer día de su mandato, negándose a acatar la Cláusula de Emolumentos, que habría impedido millonarias ganancias y jugosos contratos de su gobierno a sus hoteles, dentro y fuera del país, que usa cada fin de semana) y a las leyes, reglamentos, tradiciones y protocolos.

La mayoría silenciosa que pacientemente desafió la pandemia del coronavirus en las calles, desde que nace el sol, como harán otros el 3 de noviembre, trata de despertar de la pesadilla de una presidencia caracterizada por abusos, escándalos, ataques, vulgares insultos de un mandatario que neutralizó la justicia militar, perdonando a criminales de guerra; que despidió al capitán de un portaviones que alertó de casos de Covid-19 a bordo, un presidente que con la sumisa complicidad republicana a su servicio, impuso nominados con antecedentes que nunca habrían sido aceptados en un magistrado de la Suprema Corte de Justicia, como Brett Kavanaugh.

Trump, cuyo equipo considera que el enemigo no es Joe Biden sino los medios de comunicación, ha lanzado una estrategia masiva para replicar el discurso de ataques y mentiras del presidente, a través de plataformas de redes sociales, mensajes de texto y electrónicos, con apoyo de propaganda en el extranjero y sitios de internet partidistas ultraconservadores.

Así, espera lograr su reelección y el avance en la construcción de un estado autoritario e intransigente, en un eventual segundo término, como confirma la reciente firma de una Orden Ejecutiva conocida como “Agenda F”, que facilitaría la depuración o transferencia de todos los empleados de áreas de política confidencial, determinaciones políticas, toma de decisiones y asesores del gobierno federal.

La orden instruye a agencias del gobierno federal a “identificar y transferir a los empleados que reúnan la descripción de nuevas clasificaciones” en los que la “lealtad al presidente” será crítica para el esfuerzo de impedir fugas de información o denuncias sobre actos ilícitos del primer mandatario, como ocurrió con el chantaje de Trump al presidente Volodymyr Zelensky, de Ucrania, que originó el juicio político en que, a ciegas, senadores republicanos lo absolvieron.

La controvertida orden ha sido enérgicamente rechazada por una alianza de 28 de los más fuertes sindicatos de trabajadores federales y del sector privado, que claman al congreso demócrata bloquear la violación de derechos laborales, la antigüedad y derechos de la fuerza laboral del gobierno federal, y que representan la construcción de un régimen totalitario en el que el presidente puede hacer y deshacer, sin la interferencia de expertos en cada área, que valoren la violación de leyes, ética, moral y honestidad.

Esta elección reviste una particular importancia porque los estadounidenses tienen la alternativa de escoger entre un Biden, cuyos logros quizá no convenzan a muchos, pero que significa el retorno al sistema democrático bipartidista, con el soporte de miles de republicanos que lo apoyan y que forzados, salieron de su partido por los excesos de Trump.

El presidente etiqueta a los demócratas de “comunistas” asegurando que “impedirán escuelas libres, adoctrinarán, terminarán las graduaciones” y cuanta mentira surge en su mente, mientras claramente trata de seguir el ejemplo de Vladimir Putin, Kim Jung o de Xi Jingpin.

Pero el pueblo no es tonto y recuerda el bloqueo de Trump a la investigación de la injerencia rusa, que le ayudó a llegar a la Oficina Oval, el despido de James Comey y Andrew McCabe, ex directores del FBI, el ocultamiento del Reporte Mueller completo, enterrado por su procurador General William Barr, quien para complacer a su jefe, ordenó investigar a los que investigaron a Trump, con el propósito de desvirtuar el Reporte Mueller, distorsionar la verdad, invirtiendo el origen de la investigación de su colusión con los rusos, para hacerlo aparecer como “espionaje a su campaña, ordenado por el ex presidente Barack Obama y su contendiente Joe Biden”, lo que no le resultó.

En la mente de los electores, surgen las dramáticas imágenes de la separación de familias de migrantes, el rostro de niños de 1, 2, 4 o 5 años llorando, enjaulados a sugerencia del “asesor del odio” Stephen Miller, “para que sus padres no regresaran a Estados Unidos. También, la incapacidad de Trump para hablar con aliados tradicionales de Europa por su aparente compromiso, posible alineamiento, profundo respeto y admiración por Vladimir Putin, a quien defendió de la injerencia, sin importarle humillar a las agencias de inteligencia de EE.UU que lo investigaron y lo confirmaron.

La falsedad de una “buena relación” con el dictador Kim Jung-un de la que se aprovecha el norcoreano para continuar fabricando bombas nucleares, la falsa emergencia en la frontera, para usar fondos que eran críticos para el Pentágono, en la construcción de un tramo de 300 millas en la frontera con México, lo que ha llevado a funcionarios a renunciar al gobierno de Trump y a votantes a buscar la alternativa de un presidente bien educado, con valores morales, respetuoso de las leyes, que restablezca la unidad nacional y la salud de esta superpotencia.