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La organización Conservación de la Biodiversidad del Usumacinta alertó por la muerte de monos aulladores producto de las altas temperaturas

La noche del martes escuché en un noticiero que la empresa demoscópica Rasmussen Reports presentó el resultado de un sondeo telefónico en el que Donald Trump tuvo 41% de la intención de voto, superando a Hillary Clinton, que consiguió 39 por ciento.

Me metí a Internet en busca de mayores detalles. Así fue como supe que la encuesta fue realizada entre grupos conservadores. Bueno —me dije— hasta cierto punto es normal que Trump aventaje a Hillary en esta franja de la población. Éste es el primer sondeo nacional en el que el megalómano hombre del tupé supera a la exprimera dama.

Pero, de acuerdo con el centro de recopilación de sondeos de opinión RealClearPolitics, todas las encuestas efectuadas con miras a la elección presidencial de noviembre en Estados Unidos le conceden una ventaja promedio a Hillary de 7.3 puntos porcentuales arriba de Trump.

Todo indica que serán la Clinton y el tipo con trastorno de personalidad narcisista los que se disputarán la presidencia del país vecino el próximo 8 de noviembre. Le voy a Hillary: si demostró temple para sobreponerse al caso de la Lewinsky, que no le gane a este otro mamón…

No obstante mi favoritismo por la dama, esta mañana, cuando me puse a trabajar en la colaboración que usted me hace favor de leer, se me ocurrió una parodia: Donald Trump gana la elección y se instala en la Casa Blanca (la de Washington, por supuesto). Ahí le va:

Es 27 de enero del 2017, Donald Trump cumple una semana como el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos. A pesar del frío pasea por los jardines de la Casa Blanca, trae puesto un abrigo de pelo de camello que tirará a la basura el día que sepa que los camellos son el transporte más usual de los musulmanes. Con él viene un ayudante a quien le comenta: basta sentir el frío que hace para darse cuenta de que tengo razón cuando digo que no existe el calentamiento global. Lo inventaron los chinos para volver a la industria manufacturera estadounidense no competitiva. ¿Cómo va la compra del avión presidencial que quiero estrenar? Ya está pedido, señor. Lo quiero de lujo. Que ni Peña Nieto lo tenga. Señor, no sé cómo va a incidir ese gasto tan fastuoso en su popularidad. No pasa nada, soy un presidente querido, podría disparar a la gente en la Quinta Avenida y nadie se enfadaría. Pues sólo que les dispare hamburguesas. No me entendiste: En la Quinta Avenida yo puedo matar. Más bien en la quinta venida, usted se muere.

A todo esto, ya están en el interior de la mansión. La leña arde en la chimenea que mandó construir Franklin D. Roosevelt. Trump se despoja de su abrigo, lo cuelga. Cerca de él pasan unos trabajadores con el retrato de Benjamín Franklin, el del pulgar en el mentón, pintado por David Martin, lo llevan a una bodega. En su lugar, otros trabajadores están poniendo un cuadro con la imagen de Adolfo Hitler donde hace su clásico saludo. Suena el teléfono. Se oye la voz de una secretaria: señor, en la línea el señor Arpaio desde el condado de Maricopa, Arizona. Hola, Joe. ¿Cómo está el mejor sheriff de América? ¿Qué tal va la cacería de frijoleros grasosos? Bien, Joe. Te necesito cerca. Quiero hacer una policía antimigrantes de mando único y he pensado en ti. Ven y lo hablamos y duro contra ellos y ellas que son unas perras. Apenas deja el teléfono Donald, el ayudante le indica que el ingeniero lo espera en la oficina. Hacia allá se dirige Trump. El mentado profesional con solemnidad y reverencia saluda al mandatario y le enseña unos planos: señor, ya está todo listo para construir el muro a través de la frontera con México. Serán 3,185 kilómetros. Éste es el presupuesto. Son muchos millones pero no importa porque ellos lo van a pagar. Un país sin fronteras no es país. En cuanto al muro, lo quiero bien construido. Contrata a los mejores.

Meses después un helicóptero de la Trump Air Force recorre desde Tijuana hasta Brownsville todo el muro fronterizo. Desde las alturas luce espléndido. A Trump se le nota satisfecho, lo acompaña su ayudante. En la ciudad tejana el vehículo aéreo desciende, el ingeniero lo recibe en tierra. ¿Qué le parece? Magnífico. Ahora sí no podrá entrar ningún mexicano a nuestro gran país. Nada más los que ya entraron, dice el ayudante señalando a un grupo de albañiles que esperan su paga: ¡Oh, Dios, son mexicanos!, expresa Donald con espanto. A huevo, dice el maestro de obras. El ingeniero se excusa: me ordenó contratar a los mejores y ellos lo son. Mire nada más qué bien hecho está el muro. Tan bien hecho que no podrán salir de aquí. Pero no hay fijón, mi jefe —dice el más bilingüe de ellos. Por eso nos trajimos a la familia. Entra una multitud de mujeres mexicanas con sus numerosos chamacos. Una de ellas le dice a Trump: Güerito, ¿qué no habrá modo de unas green cards para las familias?.

5 de mayo no se olvida

“Los libres no reconocen rivales, y ejemplos mil llenan las páginas de la historia de pueblos que han vencido siempre a los que intentaron dominarlos” (Gral. Ignacio Zaragoza, 24 de marzo de 1829–24 de septiembre de 1862)