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Ha dejado buenos réditos electorales enarbolar la bandera petrolera desde un punto de vista dogmático.

El punto de partida a estas alturas es recordar que la reforma energética ya está aprobada. Fue avalada por una mayoría calificada del Congreso federal desde el año pasado y por una gran mayoría de los congresos estatales a lo largo de los últimos meses.

Lo que falta es regular los alcances de una reforma constitucional que resultó mucho más ambiciosa de lo que soñaba el presidente Peña Nieto y dar paso a destapar uno de los grandes cuellos de botella que tiene la economía mexicana en el sector energético.

La dilación de los cambios en materia energética ha sido una estrategia altamente efectiva para la oposición, especialmente de la izquierda. Ha dejado buenos réditos electorales enarbolar la bandera petrolera desde un punto de vista dogmático.

Las leyes secundarias se van a aprobar, aun con la oposición de la minoría de izquierda. Lo que se pierde es la oportunidad de que esos políticos aporten sus ideas para complementar los reglamentos, porque la izquierda no tiene permiso de debatir, tiene la orden de simplemente oponerse.

Las izquierdas modernas del mundo no impiden la participación de los capitales privados, pero sí cuidan que su operación no sea opuesta a los intereses de los trabajadores y los consumidores.

Si en México existiera ese progresismo, serían los principales impulsores de una urgente reducción en los precios de los energéticos, como una manera de garantizar el beneficio social de una reforma de este tamaño.

Tiene cierta dosis de karma que al PRD se le junte la discusión del tema energético con el registro de Morena como partido político. Porque si algo está prohibido para la izquierda en México es la moderación.

El dogma petrolero ha sido el principal alimento de los liderazgos carismáticos de la izquierda. El Partido de la Revolución Democrática tiene en sus filas al hijo del Tata Lázaro, pero es un hombre de más de 80 años.

En la tienda de enfrente está un hombre obsesionado con su candidatura presidencial, al punto de crear un partido político para ello. Un personaje tan carismático que embriaga a millones con discursos mentirosos.

Si la reforma constitucional del año pasado no implicó el levantamiento social que hubieran querido ver los más radicales es porque a la mayoría no le gusta lo que ve con los precios, con la corrupción, con el anquilosamiento de la industria petrolera como está. Contra la promesa de que la reforma implicará precios más bajos del gas y de la luz.

Si a la vuelta de una década no se nota un cambio radical para bien, habría un justificado reclamo social y político. Pero si atendemos las experiencias internacionales, el tiempo le dará la razón a lo que hoy sucede a nivel del Congreso.

Es tiempo de marchas, manifestaciones que podrían alcanzar niveles violentos, posiblemente de toma de tribunas. Pero también es éste el momento de concretar una reforma que no hay muchas dudas que puede ser una clara diferencia para que esta economía pueda crecer un poco más.