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¿Cómo pueden los empresarios plantarle cara al Banco de México y mentir sobre su sentimiento de la condición actual de la economía del país, para influir en una baja en la tasa de interés, si lo que ven es justo lo contrario?

El consejo un tanto desesperado del jefe de la oficina de la Presidencia, Alfonso Romo, a los industriales era que mintieran al banco central sobre su optimismo respecto a la condición actual de la economía mexicana, para que así los integrantes de la junta de gobierno disiparan sus temores y aceleraran la baja en el costo del dinero.

Como si los integrantes de la Junta de Gobierno no tuvieran a su alcance toda clase de indicadores que les muestran la realidad tal cual se vive hoy en la economía.

Pero cómo pueden las organizaciones empresariales sentirse animadas cuando ven que el presidente de la República usa la tribuna de las conferencias mañaneras para denostar a los empresarios que piensan diferente a él.

Ser opositor todavía no es un delito en México y elevar la voz para defender los derechos de los agremiados a las organizaciones empresariales, que se ven afectados por reformas como la penal-fiscal, no es algo que deba descalificar el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Si los expertos en temas fiscales les están advirtiendo a los empresarios que las modificaciones legales pueden usarse como instrumentos de control político, por la posibilidad de ser acusados de delincuencia organizada ante un error contable, ¿cómo esperar que haya empresarios felices y contentos con la 4T?

No se puede pedir alegría a quien ve cómo el desarrollo de infraestructura del país se ahoga en los caprichos presidenciales.

Salvo que el sector empresarial se pinte en la cara una sonrisa, estirando con los dedos la boca, como el Joker, no hay manera de que puedan decir a la autoridad monetaria que están felices de que el jefe del ejecutivo pegue una carrera a la base militar de Santa Lucía para volver a dar un banderazo de salida a una obra que no tiene ni pies ni cabeza.

Porque si bien usaron la chicanada de nombrar como instalación de seguridad nacional la construcción de un aeropuerto comercial, la realidad es que esa obra no tiene nada. Ni proyecto, ni un presupuesto definido, ni avales de las líneas aéreas que deberían usarlo y sobre todo el visto bueno de la autoridad aeronáutica internacional.

No se puede poner buena cara ante la persistencia de un capricho que hace un año le costó al país la pérdida de la confianza empresarial y que tiene mucho que ver con esta falta de crecimiento actual.

Alegra y anima a los empresarios, y a muchos otros agentes económicos, que se mantenga el discurso de combate a la corrupción. No ayuda que a los amigos y sus 23 casas se dé la justicia y la gracia, y a los enemigos la expulsión de la dirigencia sindical a secas. Porque si el combate a la corrupción se reduce al arreglo político de efecto, no hay justicia.

Así que, al sector empresarial, al que le piden manifestarse feliz, feliz, feliz ante el Banco de México, se le tacha de tener intereses oscuros si reclama sus derechos fiscales, o bien si se atreve a levantar la voz en contra del absurdo capricho de Santa Lucía.

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