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Lo que haya que decir globalmente, bueno o malo, sobre la guerra contra las drogas hay que decírselo a Estados Unidos. La guerra contra las drogas es su engendro y su epopeya.

Todo empieza en la voluntad puritana de un grupo misionero dispuesto a combatir esa otra ballena blanca de su imaginación y su moral: la ballena blanca de las drogas que infesta los mares del sur, amenaza las tierras civilizadas y genera “pobreza, enfermedad y muerte”.

Uno de estos misioneros, Wilbur F Crafts, propone en 1900 que una adecuada celebración de los inminentes 20 siglos de transcurrido el cristianismo sea una lucha de todas las “naciones civilizadas” contra el mayor obstáculo que enfrentan las misiones en Oriente: la “vergüenza mayor de las naciones cristianas, que es el tráfico de opio y licor en las fronteras de la civilización”.

Nada podría celebrar mejor los primeros 20 siglos de cristianismo, dice Crafts, que la “adopción general por las grandes naciones del mundo, juntas y por separado, de la nueva política de la civilización, la política de la prohibición (del alcohol y el opio) para las razas nativas, en interés del comercio, pero también de la conciencia, ya que el tráfico de licor entre las razas inmaduras (child races), más manifiestamente aún que en tierras civilizadas, daña los otros intercambios, generando pobreza, enfermedad y muerte”. (Antonio Escohotado, Historia de las drogas, vol. 2 p. 232 y ss.)

Palabras más palabras menos, esto es lo que ha logrado llevar Estados Unidos al mundo civilizado y es el actual consenso prohibicionista, radicado en la ONU desde 1998.

Estados Unidos crea las prohibiciones fundamentales en materia de drogas dentro de su territorio y las exporta después al mundo. Las leyes prohibicionistas crean los mercados ilegales que luego todos deben contener.

Podría mirarse todo el asunto, dice Antonio Escohotado, como un asunto de moral imperial: Grecia exporta filosofía, Roma leyes y Estados Unidos, salud mental…

Y, a cuenta de la salud mental, entre otras cosas, los 100 mil muertos y los 22 mil desaparecidos de México resultantes de los últimos años de nuestra guerra contra las drogas.

 

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