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Durante la pasada semana leí el nuevo libro de don Ricardo Raphael, titulado Mirreynato. La otra desigualdad. Un amplio ensayo sociológico a partir de esta ostentosa presencia en la realidad mexicana: jóvenes que privilegian la herencia, el dinero y las relaciones sociales por encima del esfuerzo.

Con el motivo de analizar este aberrante fenómeno que se ha dado, con el uso del adjetivo mirrey como divisa, en los últimos 10 años en nuestro país, el estudioso ahonda, histórica y socialmente, en las causas que originaron esta tribu urbana cuyas blasones son la celebración con exceso, la exhibición de una forma de vida rodeada de riqueza, de lujosas marcas de ropa, accesorios, vehículos, bebidas y buenos sitios para comer. La petulancia y el derroche.

En el capítulo titulado: “La sobrevivencia de los fueros”, escribe Ricardo Raphael: “La corona nunca entregó a los colonizadores de las Américas puestos en el gobierno de la Nueva España por mérito propio, sino a cambio de dinero (…), luego, una vez comprada la responsabilidad pública, era muy difícil que la persona beneficiada no actuara como dueña de la institución a su cargo. Desde esta tradición patrimonialista el puesto público es concebido como un espacio privado”.

Recién había yo leído lo anterior que explica por qué la burocracia nacional es proclive a sentirse dueña de aquello de lo que únicamente es encargada, cuando un ejemplo de este concepto estalló: en las redes sociales se denunció que un helicóptero oficial de la Comisión Nacional de Agua (Conagua) fue usado por su director, David Korenfeld Federman, para transportar a su familia de vacaciones.

Al ser sorprendido, Korenfeld Federman recurrió al segundo punto que indica el manual del funcionario público en situación de apuro: mintió. “La Coordinación General de Comunicación y Cultura del Agua informa que ellos lo acompañaban al aeropuerto de la ciudad de México para que él asistiera a un tema de índole médico”. Cuando se habla de “ellos” es la familia y “él” no es otro que el funcionario. El tema de “índole médico” pudo ser desde una operación a corazón abierto hasta una charla informativa sobre la asociación civil “Doctor Payaso”.

El propio interesado dio a conocer: “Tal y como se informó (¿en dónde se informó, mi estimado?), el estado de salud de mi rodilla y cadera se han ido agravando y requiero tratamiento médico”. (Para lo cual, estar rodeado de sus hijos con ropa de vacaciones invernal y esquíes era indispensable para sanar. En su descaro llegó a mostrar en el Internet las férulas o aparatos ortopédicos de los cuales, supuestamente, requiere para sus males en rodilla y cadera. No obstante, el embustero Korenfeld, una semana antes del viaje, participó de una carrera de 12 kilómetros en el Bosque de Chapultepec y hacía cuatro días que acompañó al presidente Peña Nieto en una gira por Veracruz en la que caminó sin ayuda de bastón.

¿Cuántas veces y cuántos funcionarios habrán usado vehículos propiedad de la nación para divertirse con sus familias sin que nosotros los ciudadanos, los verdaderos dueños, nos percatemos de ello? En este caso fue un vecino del fraccionamiento Bosque Real, donde vive Korenfeld Federman, Ignacio Vizcaíno Tapia, quien tomó y publicó las fotografías seguramente hastiado como tantos otros del uso y del abuso de los bienes públicos como si viviéramos en la época de la Colonia.

En vista que nadie le creyó la versión de sus males en rodilla y cadera, el precitado director de la Conagua recurrió a otra mentira más fácil de descubrir: luego de ofrecer una disculpa como si fuera un chamaco que cometió una travesura, declaró: “He procedido a cubrir el costo por la utilización del helicóptero, mediante depósito a la Tesorería de la Nación” (que por cierto estaba de vacaciones). Además, ¿quién fijo el precio por el uso de la aeronave? ¿Dónde está el recibo o factura por el alquiler?

Si don David Korenfeld Federman piensa que los ciudadanos nos vamos a tragar sus mentiras, además de poner en evidencia que es un pendejo, ofende nuestra inteligencia.

Aprovechando que el susodicho es corto de imaginación le ofrezco aquí dos mentiras con las cuales podría controlar los daños:

El helicóptero hizo un aterrizaje de emergencia, lo que los familiares de Korenfeld llevaban en las maletas eran herramientas para componerlo.

Desde que su padre fue nombrado director de la Conagua, sus hijos y demás familiares fueron adiestrados para cerrar válvulas en las que fuera posible que se derramara el preciado líquido; los pusieron al día en técnicas para localizar, desde la altura de un helicóptero, cualquier desperdicio de agua. Por eso abordaron el vehículo aéreo, con sus implementos guardados en maletas, para empezar su vigilancia de Semana Santa que culminaría con el Sábado de Gloria cuando el naquerío —utilizamos este termino discriminatorio para darle más verosimilitud a la declaratoria— se moja los unos a los otros.

Sin embargo, considero que en este caso no habrá control de daños. Apuesto lo que quiera con quien lo desee a que David Korenfeld Federman sentirá, dentro de unos días, el peso del desempleo en carne propia.

No puede ser que su falta, si bien venial comparada con la de otros de sus congéneres, llegue en un momento que por el bien del periodo presidencial de Peña Nieto no será posible tolerar.

No quiero ni imaginarme el daño que le hará a la imagen de Enrique Peña Nieto el perdonar a su amigo.