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Hace mucho sentido que Morena haya dado un paso importante hacia su institucionalización con la integración de su órgano colectivo de gobierno.

Hacerlo mediante la participación de la base es complicado, más si esto ocurre en la proximidad del proceso sucesorio. De haberse dado en los primeros dos años del actual gobierno, no habría presentado los problemas del pasado fin de semana.

Los partidos, todos, viven una crisis estructural que remite a la dificultad de la representación política en la sociedad de hoy día. Desde hace décadas la inercia electoral ha desdibujado a estas organizaciones como articuladoras de un proyecto político o ideológico.

Un partido que no gana elecciones es un partido que desaparece o en el mejor de los casos se vuelve testimonial. Para cobrar fuerza y permanencia deben lograr, al menos tres cosas: una base electoral estable, un segmento de simpatizantes y una identidad que concite interés y, eventualmente, votos del gran público.

Pero el triunfo electoral genera inercias que también resultan perniciosas. La mejor forma de enfrentar los retos es la institucionalización, que tiene que ver al menos con tres aspectos: programa, reglas y gobierno.

Lo segundo es clave: requiere de fórmulas colegiadas de decisión. Un partido a merced de un dirigente o de una instancia de autoridad, es una organización débil por más prometedor que sea el momento.

Estimo que este es el reto mayor de Morena. El objetivo es trascender hacia el futuro más allá de su actual fortaleza, derivada del liderazgo personal de Andrés Manuel López Obrador y del acceso al gobierno y a la representación política.

Los tiempos adelante son desafiantes para el partido gobernante, aunque en la proximidad perfile un futuro promisorio. El movimiento no transitó con claridad institucional en la mejor circunstancia.

Se decidió hacerlo cuando los intereses que convergen en su interior enfrentan el reacomodo de poder derivado de la sucesión.

Parece, además, que pierden de vista que López Obrador concluirá en poco más de dos años su ciclo de gobierno, y que ningún partido en una democracia puede visualizarse a sí mismo permanentemente en el poder. Institucionalizarse para competir en buena lid les exigirá todavía un mayor esfuerzo de cultura cívica.