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Existen en todos los océanos de nuestro planeta, con la excepción del Ártico, grandes concentraciones de basura, principalmente desechos plásticos, que se acumulan de manera alarmante para la salud de la humanidad, así como para la preservación de la flora y de la fauna marítimas.

Estas grandes aglomeraciones de residuos no biodegradables, que por el influjo de los giros oceánicos —el sistema de corrientes marinas y los vientos— se han acumulado en cinco islas flotantes en diferentes océanos. Estas corrientes, llamadas rotativas —como si las hubiera diseñado Juan Carlos Osorio—, hacen que converjan en un mismo lugar los deshechos tóxicos con las algas y el plancton. La más grande de estas islas está situada en el Pacífico Norte entre California y Hawái y tiene una superficie de un millón 600 mil kilómetros cuadrados —casi tres veces la superficie de Francia; o la suma total de los territorios de Perú y Ecuador. Basta con saber este impactante dato para espeluznarse. Pero ahí no termina la cosa.

De seguir así, el problema de la contaminación oceánica generará que para el año 2050 existirá en todos los mares del planeta más basura que peces. Imagínese usted a sus hijos o nietos entre los cinco y los veinte años de edad o a su persona si su edad es de, supongamos, cuarenta años: tener 36, 51 y 71 años, respectivamente, sin una sardina que llevarse a la boca.

Según una investigación realizada por The Ocean Cleanup Foundation en Delft, Holanda, publicada por la revista Nature, en los más del millón y medio de kilómetros cuadrados que abarca esta gigantesca costra de contaminación, están depositadas 80,000 toneladas de plástico. El trabajo que se llevó más de tres años realizarlo, reveló que la contaminación por plástico está “aumentando exponencialmente y a un ritmo más veloz que el agua circulante”. Además, descubrieron que la isla se está moviendo más de lo que se esperaba.

Aunque de menor tamaño pero igual de peligrosas para la vida existen otras cuatro islas formadas de deshechos tóxicos, principalmente plásticos. Una de ellas está en el Pacífico sur entre Chile y Australia; otra está en el Océano Atlántico Sur entre Brasil y Angola y Namibia; la tercera está situada en el Atlántico Norte entre las Carolinas del Norte y del Sur en Estados Unidos y Marruecos en África y la Península Ibérica en Europa; por último la cuarta está ubicada en el Océano Índico entre Tanzania, Mozambique, Madagascar y el Mar de Timor y el archipiélago de Indonesia.

La investigación comprobó que el 99.9% de los residuos que flotan en las cinco islas son plásticos. Cuarenta y seis por ciento de los plásticos son redes de pesca, juguetes, inclusive encontraron la tapa y el asiento de un retrete. Más de tres cuartos de los plásticos son pedazos de poco más de 5 centímetros, entre los que se incluyen plásticos duros como los utilizados en empaques. Al ocho por ciento de la masa de plástico flotante, el mar la convierte en microplástico, y así es ingerida por los animales marítimos. (Mesero, sírvame un huachinango al polietileno, por favor).

En México, la solución

Gran admiración me causó leer en el diario La Jornada, del domingo pasado, un reportaje de Arturo Sánchez Jiménez, en el que se informa que después de dos décadas de investigaciones, las científicas mexicanas, Amelia Farrés González Sarabia y Carolina Peña Montes, de la Facultad de Química de la Universidad Autónoma de México, han desarrollado un método capaz de degradar en semanas el plástico que normalmente tardaría 500 años en desaparecer.

Las académicas mexicanas han publicado sus avances e investigaciones en las revistas especializadas en Microbiología Aplicada y Biotecnología, más acreditadas del mundo. Según la fórmula de su invención, se trabaja con la degradación de los residuos plásticos aplicando una tecnología amigable con el medio ambiente que otros métodos, no es contaminante, es económico y sustentable. El sistema regresa a la naturaleza las moléculas que conforman los productos para que puedan ser reutilizados para fabricar los necesarios plásticos —en medicina, transporte y construcción— pero a diferencia del reciclaje utilizado hoy en día donde la estructura está “dañada”, este método no presenta límites para su reutilización.

Hasta el momento actual esta tecnología únicamente se ha experimentado en pequeña proporción, es necesario hacer mayores pruebas para lograr más avances para que la técnica inventada en México pueda ser utilizable para revertir el problema global de la contaminación por plásticos. Amelia y Carolina calculan que, con los recursos de los que en la actualidad disponen, estarán listas dentro de cinco años.

No obstante el reconocimiento mundial hacia las científicas mexicanas, desde el 2016 está en trámite la patente de su metodología. En otro país las investigadoras ya tendrían ayuda oficial y todos los medios adecuados para darle velocidad al procedimiento de su invención; pero estamos en México donde impera el síndrome de los cangrejos en la cubeta y el síndrome de Jerusalén: ¿Cómo va a ser el Mesías si es hijo de un carpintero de la vuelta de mi casa?

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—Mi esposa se va ir de nalgas con el regalo que le compré.

—¿Qué le compraste?

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