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Estaba comparando cifras de intención de voto en distintas encuestas y de pronto mi atención giró del eje de las cifras al eje a los partidos registrados que recibirían la votación.

Pensé que esa lista de partidos era una foto de la pluralidad de la democracia mexicana: un retrato de la democracia que hemos construido. Se me cayó el alma al piso.

Veamos. De los diez partidos registrados para la elección de junio solo tres vienen del mandato de la historia, son verdaderos partidos históricos: el PRI, el PAN y, antes de dividirse, el PRD.

Del arraigo del PRI y el PAN en la cultura política nacional apenas hay que hablar.

El PRD arropó también una corriente histórica nacional: la de los distintos cauces de la izquierda que encontraron ahí la forma partidaria que reunió sus diversos linajes y camarillas. (A este respecto pueden verse mis apuntes en Pensando en la izquierda. FCE, Col. Tezontle, 2011)

La escisión del PRD por el surgimiento de Morena dividió los votos y fragmentó la representatividad histórica de la izquierda como fuerza electoral, pero no puede negarse a ambos una representatividad real.

Ninguno de los seis partidos restantes tiene nada que pueda parecerse, ni remotamente, a la encarnación de tendencias, valores, batallas o personajes de una cierta densidad histórica nacional. No representan nada.

Son partidos, en realidad membretes, más viejos o más nuevos, productos todos de las oportunidades burocráticas de la transición democrática.

Son emanaciones administrativas de la legislación, no cuerpos políticos con una implantación seria en la cultura política del país.

No creo que ningún mexicano en su sano juicio haya querido la pluralidad que llevamos hasta ahora. Y, sin embargo, eso es lo que legislamos, eso es lo que construimos, eso es lo que tenemos.

¿Cómo llegamos ahí? ¿Qué acumulación de comités, buenas intenciones y negociaciones ciegas produjo este engendro? ¿No hay manera de empezar de nuevo, de volver atrás?

Sería sano en ese camino que los electores del próximo junio echen del escenario al mayor número posible de membretes.

Este es el voto nulo que urge, uno que limpie nuestro pluripartidismo de franquicias y deje en la arena solo lo que en verdad representa algo. 

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