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La desigualdad económica, que ha generado una amplia brecha social –no sólo en nuestro país sino en muchas partes del mundo- se debe en buena medida al paulatino proceso de  concentración de la riqueza que se ha experimentado en las últimas décadas, debido en gran medida a los procesos de privatización y globalización, sostiene Thomas Piketty, uno de los economistas de mayor renombre en el mundo, que ofreció la semana pasada varias conferencias en México, especialmente en círculos académicos y entre algunos legisladores. 

Piketty no sólo es el economista que a los 22 años de edad obtuvo su Doctorado –lo que lo hace excepcional- sino que regresó a la academia y al debate internacional un tema que se estaba dejando de lado: el de la desigualdad económica en varios países, no sólo para establecer sus causas históricas sino advertir los riesgos futuros en caso de que persista la concentración de la riqueza.

Lo que está ocurriendo es que se está generando una gran masa de dinero en manos privadas y disminuyendo el dinero público, necesario para sufragar el gasto que beneficie y se pueda redistribuir a millones de personas a través de la educación, la infraestructura, la salud y otros beneficios que mejoren las condiciones de las personas, vía presupuestos. Esto es, crear mejores oportunidades de desarrollo.

Y en el caso de México, señala Piketty, no hay transparencia suficiente acerca de quiénes tributan, en qué montos –sobre todo los de más altos ingresos- y cómo se determina con claridad el regreso de esos recursos a la sociedad y su efecto real, generando no sólo la posibilidad de que haya corrupción sino que haya una redistribución inadecuada del dinero público.

Si bien los planteamientos del economista francés –a quienes algunos medios internacionales lo han calificado como el nuevo Marx porque plantea repensar el capitalismo- pueden ser de corte académico, se enmarcan bien para entender parte de la problemática que ha generado descontento entre los mexicanos y que se ha articulado con la crisis de Ayotzinapa y otras más como la de credibilidad,  confianza y de denuncias sobre corrupción, además del bajo crecimiento económico. Es la desigualdad económica.

Pero también para entender el enojo de grupos empresariales a quienes la carga tributaria elevada nos les agrada, sobre todo la aplicación de impuestos progresivos, y el rompimiento de tendencias monopólicas. Se debe recordar que la reforma fiscal aprobada el año pasado contenía una buena parte de la propuesta del Partido de la Revolución Democrática (PRD) para gravar a quienes más ganan y elementos propios de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, cuyo titular Luis Videgaray Caso tomó clases con Thomas Piketty en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Estados Unidos.   

Hay una gran cantidad de grupos sociales que han quedado al margen del desarrollo. Y esto ha dado pie a la proliferación de la delincuencia. No es simple la explicación ni necesariamente única pero es una de las causas.

Y a nivel de otros grupos sociales –sobre todo en capas medias-, la lucha por el ingreso ha sentado bases para que detonen los procesos de corrupción en todos los ámbitos, creando así una cultura y forma de convivencia insana.

La crisis que hoy enfrenta México también deja al descubierto este fenómeno de desigualdad en el reparto del ingreso y de la distribución de la riqueza.

Las reformas estructurales demandadas desde hace años por diversos grupos productivos para romper con monopolios, fomentar la competencia y abrir espacios a nuevas inversiones han quedado en entredicho por la falta de transparencia. Aquí está uno de los elementos fundamentales para regresar la confianza. Sin este punto varias de las reformas –incluyendo las de transparencia sobre la conducta de servidores públicos y proveedores- pueden quedar a la deriva.

México demanda crecimientos económicos constantes y crecientes que generen ingreso de tal manera que se cree la masa de dinero público que permita cubrir las necesidades de 120 millones de habitantes. Piketty lo advierte bien: a mayor número de población la desigualdad será mayor, con todas sus consecuencias por la falta de oportunidades para obtener ingresos, y el número de ricos será menor.  

La concentración de la riqueza explica parte de los bajos crecimientos económicos porque no se han detonado cadenas de valor en las que se articulen verdaderamente las empresas micro, medianas y pequeñas y, por ende, se genere suficiente empleo de calidad y buenos ingresos.

La crisis nacida en Iguala ha venido a complicar la posibilidad de que las reformas estructurales avancen. Paradójicamente, el Servicio de Administración Tributaria ha tenido los más altos índices de recaudación desde la reforma fiscal que permitirán sufragar el Presupuesto de Egresos para 2015, aún con la caída en los precios del petróleo y una menor dinámica de crecimiento en las economías internacionales. 

El enfoque de impulsar la productividad se ha venido diluyendo a pesar de ser una de las mejores opciones para que la población pueda ir avanzando en su autosuficiencia económica. Dar los elementos a las empresas y las personas (educación, capacitación, acceso al crédito, infraestructura, entre otros aspectos) es una vía que el propio Piketty plantea en su afamado libro El Capital.

“Uno de los mecanismos que contribuyen a la reducción y compresión de las inequidades sociales es la difusión del conocimiento a través del impulso de la capacitación y desarrollo de habilidades. Esto es clave para el crecimiento de la productividad”, expone el economista francés.

El Instituto Mexicano de Competitividad (IMCO) señala que la relación educación-ingreso queda clara en el sentido de que a mayor nivel educativo hay mayor ingreso.

Combatir la desigualdad económica es una tarea que también debe ser tomada muy en cuenta en la crisis actual, particularmente cuando en México se tiene el llamado bono demográfico que significa una población joven alta que demanda empleo y educación.

Atender el desarrollo de Guerrero, Oaxaca y Chiapas será fundamental para crear nuevas circunstancias a la población de mayor atraso social y económico en el país. No es tarea sencilla, ni inmediata. Es rearmar y reconstruir la economía de esos estados, en muchos sentidos. Pero la transparencia con que se haga, no sólo en términos de operación, sino de uso y aplicación de los recursos públicos será la más alta prioridad si se quiere recuperar la confianza.

Transparencia y rendición de cuentas. Esa fue una de las reformas estructurales aprobadas en el Congreso el año pasado y de la que poco se ha hablado. Sin esos dos aspectos, poco se podrá avanzar.

PostScriptum.- Las declaraciones del Jefe de la Oficina de la Presidencia y persona de la mayor confianza del Presidente Peña, Aurelio Nuño, al periódico español El País siguen mostrando que hay enojo. “No vamos a sustituir las reformas por actos teatrales con gran impacto, no nos interesa crear ciclos mediáticos de éxito de 72 horas. Vamos a tener paciencia en este ciclo nuevo de reformas. No vamos a ceder aunque la plaza pública pida sangre y espectáculo ni a saciar el gusto de los articulistas. Serán las instituciones las que nos saquen de la crisis, no las bravuconadas”, dijo. Y agregó: “Nuestra intención no es castigar a nadie ni ir en contra de nadie. No haremos pagar a nadie la salida de la crisis ni vamos a hacer populismo económico. No habrá represión. La segunda agenda del sexenio es acelerar las reformas de la primera agenda”. Aceptó que la estrategia de comunicación del gobierno no está funcionando.