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Ayer, en un exclusivo y un tanto inaccesible y escondido recinto de la UNAM, la Unidad de Seminarios del Vivero Alto, tuvo lugar una mesa en torno a la figura de José Woldenberg.

Nos reunimos ahí sus amigos y sus admiradores a decir algo sobre su presencia y su huella en tres ámbitos fundamentales de nuestra vida pública: la democracia, la izquierda y la cultura.

Con ocasión de los setenta años de Woldenberg, como piedra de toque de la reunión, circuló la edición de Cal y Arena sobre el homenajeado, con cuarenta y cinco testimonios y reflexiones, de los autores más diversos. Fui uno de los autores del libro y uno de los participantes en las mesas de ayer. El título de mi colaboración en el libro dice bien lo fundamental que tengo que decir de Woldenberg, la figura pública. Se titula “El ciudadano Woldenberg”.

Mi idea rectora es que Woldenberg encarna a cabalidad el tipo de ciudadano ideal que reclama la democracia: es un ciudadano de alta intensidad.

Vale decir: una excepción en el horizonte mayoritario de ciudadanías de baja intensidad que nos caracterizan, ésas que Guillermo O’Donnell describió, clásicamente, como la deficiencia fundamental de las democracias incipientes, en particular de las latinoamericanas, y de la nuestra.

El elogio mayor que puedo hacer sobre Woldenberg a este respecto no exagera un punto, es rigurosamente cierto, como quien suma dos más dos, y comprobable, paso a paso, en la vida pública del elogiado.

Escribí que en los años de nuestra transición a la democracia y de nuestro deficiente ejercicio de ella, Woldenberg ha sido un “homo kantiano”, es decir, alguien que actúa como si su conducta fuera a ser ley y como si encarnara la justicia debida para todos.

Es decir, que si todos los actores de la democracia mexicana hubieran procedido con la rectitud, el equilibrio y el apego a las reglas de Woldenberg, México sería una democracia ejemplar.

No lo es, es una democracia sin demócratas. Con una escasez crónica de woldenbergs.

Hay también en Woldenberg la mirada lúcida, constante, hacia la tensión civilizatoria fundamental de la modernidad, desde la Revolución Francesa: la tensión entre igualdad y libertad.  Algo más sobre Woldenberg en este espacio, la semana entrante.