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Alguna vez uno de esos empresarios famosos y encumbrados de México dijo que los presidentes pasan y que ellos se quedan. Así que, decía, no vale la pena comprar pleitos sexenales.

El pragmatismo de ese hombre de negocios aplica muy bien en un país donde pueda haber puntos de vista diferentes, pero también donde haya pleno respeto a las inversiones y a las instituciones.

No puede haber sumisión, o ese nado de a muertito, donde se utilice el poder para pasar por encima de intereses legítimos de sectores que se desprecien.

El Consejo Coordinador Empresarial (CCE) fue creado en 1976, justo cuando el entonces presidente Luis Echeverría devastaba la economía mexicana.

El extraordinario economista Francisco R Calderón escribió a propósito del CCE, del que fue director muchos años, que este organismo fue creado por la tendencia marcadamente populista de Echeverría que mostraba muchos prejuicios y desconfianza hacia los empresarios.

Los 70 y los 80 fueron tiempos complejos para los empresarios y sus representantes ante una clara animadversión gubernamental, la falta de democracia y los caprichos de los gobernantes en turno.

Es verdad que el México de hoy poco se parece al país antidemocrático y opaco de esos años. Pero también es cierto que hoy se reviven episodios del pasado que no ameritan que los empresarios y sus organizaciones de representación se echen a dormir mientras acaba el sexenio.

La máxima figura del CCE es y seguirá siendo don Juan Sánchez Navarro, un empresario con los tamaños suficientes para hacer que la voz de la llamada cúpula de cúpulas del sector empresarial fuera escuchada con fuerza frente al apabullante poder presidencial.

El CCE ha tenido tiempos buenos y malos. Fue presionado en los tiempos de los pactos económicos, lo han usado como trampolín político y ha sido botín de “los grandes y los chicos” de entre sus organizaciones representadas.

Pero si algo debe defender el CCE es su calidad de organización autónoma y con voz independiente del sector empresarial.

Carlos Salazar Lomelín, hoy ex presidente del CCE, siempre argumentó prudencia en su relación con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, al que le quedarían muchas de las palabras del gran Francisco R. Calderón.

Pero que el nuevo titular del Consejo Coordinador Empresarial, Francisco Cervantes Díaz, llegue presumiendo su amistad con López Obrador y que abra la puerta de salida para los empresarios que piensen diferente, no es la esencia de esa organización cúpula del sector privado.

Confrontarse con un régimen tan poderoso no dejaría nada bueno, pero tampoco dejar la impresión que podrían convertirse en un apéndice más de los que tanto gusta el presidente López Obrador.

En lo que va de este gobierno México ha perdido muchos organismos autónomos, necesarios en un país democrático y de instituciones. Algunos tan necesarios como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, hoy convertida en un club de fans del Presidente.

Los grandes empresarios siguen, hasta hoy, haciendo declaraciones que les ayuden a transitar el sexenio tranquilos, porque saben que ellos se quedan. Pero los organismos que representan a tantos emprendedores de todos los tamaños, como el CCE, deben tener un respeto a sus agremiados y a su historia.