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La directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, María Elena Álvarez-Buylla, tuiteó ayer:

Esta mañana el presidente @lopezobrador_ hizo una invitación pública a las comunidades humanísticas, científicas y tecnológicas para que contribuyan a la investigación de sustitutos en el uso médico de fentanilo por otro tipo de sustancias. Las ciencias y las tecnologías deben poner en el centro a la persona y dar solución a problemáticas prioritarias que afectan al pueblo de #México. Desde @Conacyt_MX coordinaremos estos esfuerzos con todo empeño.

Su anuncio me remite a la exclamación del memorable ufólogo Pedro Ferriz Santa Cruz en Miahuatlán, Oaxaca, cuando sobre el eclipse solar de marzo de 1970 exclamó: “no sabemos si reír, llorar, o ponernos a rezar…”.

Y es que la señora, según amenazó al asumir el cargo, pretende “acabar con la ciencia neoliberal”.

Tal despropósito dejó entrever desde 2015 cuando, al dictar una “conferencia magistral”, se atrevió a decir: 

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“La ciencia occidental es la que ha producido los avances más deslumbrantes y quizá más inútiles, como la llegada a la Luna”.

Es la científica que prometió e incumplió la vacuna Patria para finales de 2021; la que encabezó una desaseada fabricación de respiradores “baratos” para sortear la pandemia y que, pasando por encima de la legalidad, impuso un director progre y trastocó la operación académica del prestigiado Centro de Investigaciones y Docencia Económicas.

Descomunal es el reto, se avizora insuperable, para el Conacyt, y todo porque al presidente López Obrador se le ocurrió decir:

“Voy a pedir a médicos y científicos mexicanos que analicen la posibilidad de que podamos sustituir el fentanilo con fines médicos por otros analgésicos para dejar de usarlos, si es posible, porque antes se usaban otros analgésicos…”.

Al gobierno de Estados Unidos, anunció, le pedirá replicar su convocatoria para que también en ese país se prohíba su empleo con fines médicos. 

Serio problema conceptual: el fentanilo es un opioide utilizado en medicina por sus efectos analgésicos y anestésicos más potente que la morfina. Se receta contra dolores intensos (posoperatorios por ejemplo) y para pacientes en etapas avanzadas o terminales de cáncer. 

No es, pues, el de laboratorios y farmacéuticas internacionales autorizado por la Cofepris el que trafican las bandas criminales, sino el que éstas elaboran mezclando precursores que llegan desde China o India a los puertos mexicanos del Pacífico.

—¿Ratifica usted que en México no se produce fentanilo? —le preguntaron a AMLO, quien lo había negado. 

—No. Es una materia prima que se trae de Asia.

—¿Aquí no hay laboratorios?

—Ah, no, sí, sí, sí, pero esa materia prima, lo que se hace aquí, y no es México el país que más introduce fentanilo; llega más de manera directa a Estados Unidos y a Canadá que lo que llega a México. Aquí lo que se hace son pastillas. Las troquelan.

Bien la rectificación, pero aguas: de haber adictos a los antibióticos, ¿prohibirían la penicilina…?