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La impronta de una idea infame que tuvo, en 1517, el padre Bartolomé de las Casas, trajo, sin embargo, un homenaje de luz y amor ayer, con la muerte de la última gran superviviente de la época de oro de la música negra estadounidense: apagó su voz la estrella de color sepia Aretha Franklin.

Niña prodigio de la música, desde que empezó a cantar en el coro de la iglesia de su papá, la reina del soul murió en Detroit a los 76 años, dejando como legado aquel estallido inolvidable de los sesentas: la introducción del gospel en el ritmo de la tristeza.

Justo por la evocación del soul con su hálito de la pesadumbre, la melancolía, el trance, la muerte de Aretha evoca los brillantes ejercicios de prosa narrativa que integró Jorge Luis Borges en Historia Universal de la Infamia, una colección de historias cortas que escribió de 1933 al 34 y revisó en 1954.

Arranca Borges en el primer capítulo (El atroz redentor Lazarus Morell. LA CAUSA REMOTA):

En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas.

El hijo pródigo del barrio porteño de Palermo, estaba convencido de que “a esa curiosa variación de un filántropo”, el mundo debe hoy los blues de Handy, el tamaño mitológico de Abraham Lincoln, los quinientos mil muertos de la Guerra de Secesión, la habanera madre del tango, el candombe…

Y hasta se equivoca Borges, en su elocuente erudición, porque incluye en la bendita herencia de la sangre negra en el Nuevo Mundo, “la deplorable rumba El Manisero”. En realidad, El Manisero es un son-pregón, que compuso en 1928 el cubano Moisés Simons.

Así que, según la interpretación borgiana, es imposible regatearle a Aretha que su voz simboliza el esplendor de la música afroamericana, aunque no fue la clásica chica negra de Estados Unidos de su época: nació en un hogar de clase media alta, con dinero y comodidades.

No era, por ejemplo, como otra joya de ébano y voz de oro: Billie Holiday, cuya madre la tuvo apenas a los 13 años edad y el padre las abandonó a ambas a cuando ella aún era una bebé. Pero Billie tiene que estar entre las maravillas producidas por “la historia de la infamia”.

Pero con Aretha fenece un mundo: un universo de voz apesadumbrada y dulce como un campo de algodón, que tendrá siempre su mejor recuerdo en Respect. Un cosmos en el que los sonidos eran colores.

Y los colores.. música.

Por Rubén Cortés