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Desde los principios de la crisis en el 2008, los bancos centrales del mundo desarrollado han tomado medidas de política monetaria para evitar un escenario de deflación similar al ocurrido en la Gran Depresión o al de Japón durante la última década del siglo XX.

Este experimento de política monetaria ha llevado a los bancos centrales a utilizar todas las medidas tradicionales dentro de su caja de herramientas y, ante la insuficiencia de éstas y la ausencia de políticas fiscales complementarias, a experimentar con herramientas heterodoxas libremente.

Estas decisiones han generado un experimento de expansión monetaria inédito y de proporciones históricas. Por un lado, los principales bancos centrales han reducido las tasas de interés a cero y las han mantenido ahí por un periodo prolongado.

Adicionalmente, se han inyectado cantidades inusitadas de recursos a la economía global mediante programas de expansión monetaria cuantitativa que básicamente implican la impresión de dinero para comprar instrumentos financieros. En el caso de la Reserva Federal (Fed), la compra se ha limitado a bonos del Tesoro y bonos hipotecarios mientras que el Banco Central Europeo (BCE) ha abierto la posibilidad a la compra de bonos de bancos y otros corporativos; y el Banco de Japón (BoJ, por su sigla en inglés) inclusive ha permitido la compra de fondos de índices accionarios.

En los libros de texto, esta inundación de liquidez es muchas veces ejemplificada como si un helicóptero se pusiera a arrojar dinero desde el cielo. En este ejemplo de libro de texto, los agentes económicos tendrían más recursos disponibles y aumentarían su demanda de bienes y servicios, inevitablemente causando un incremento en los precios de éstos. ¿Cómo es posible entonces que la inflación en los bienes y servicios en los principales países desarrollados siga deprimida?

La respuesta es que la gran ola de liquidez se ha quedado principalmente encerrada en el sistema financiero y la única inflación que hemos visto es en los precios de los activos financieros. El hecho es que este exceso de liquidez se ha concentrado en activos financieros en lugar de llegar a las manos del sector privado o el gobierno para ser gastado y la velocidad de desplazamiento del dinero se ha visto severamente disminuida.

El dinero que han creado los bancos centrales se ha destinado a la compra de instrumentos financieros. Los vendedores de estos instrumentos financieros son principalmente fondos de pensiones, aseguradoras e instituciones financieras que reinvierten los recursos recibidos de la venta de estos instrumentos en otros activos financieros.

Normalmente el canal por el cual el dinero sale del sistema financiero y entra en los bolsillos de los gobiernos y el sector privado es el financiamiento, pero éste ha sido muy limitado porque la crisis fue precisamente provocada por una situación de sobreendeudamiento. ¿Qué más pueden hacer los bancos centrales para llegar a sus objetivos de inflación y robustecer el crecimiento? Para algunos expertos, una opción sería que la política fiscal jugara un papel más expansivo donde los crecientes déficits fueran financiados por la creación de dinero por parte de los bancos centrales.

Los abogados de esta opción argumentan que la clave del éxito sería que los recursos fiscales estuvieran etiquetados a programas específicos que promovieran el empleo y la inversión en infraestructura para lograr el efecto multiplicador deseado.

Aunque un escenario como éste es improbable, es un hecho que el agotamiento de la política monetaria deja pocas opciones sobre la mesa ante un eventual deterioro de las condiciones económicas, y la monetización de una política fiscal expansiva es una de ellas.