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Vicente Fox tampoco tenía mucha idea de cómo llevar al país adelante. Ganó la presidencia por un hartazgo, no por un buen proyecto y desperdició el bono democrático de la alternancia con su campaña de meter a los peces gordos del PRI a la cárcel y no en hacer los cambios estructurales necesarios. Nunca tuvo la habilidad política para cambiar su discurso, pero no fue un tirano para imponer su agenda, así fuera en una ruta equivocada.

Una virtud de Vicente Fox fue dejar a los que sabían del tema económico-financiero tomar decisiones, aun en contra de muchas de sus ideas.

Desde el Banco de México, el autónomo gobernador Guillermo Ortiz Martínez tuvo vía libre para operar. México se estrenaba a principios de siglo en las inflaciones de un solo dígito, pero al mismo tiempo México enfrentaba una recesión. La política monetaria requería un manejo muy puntual y experto.

Al mismo tiempo, sin una autonomía legal pero sí de facto, el secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz, tomaba decisiones al margen del presidente. Dicen las leyendas que cada vez que entraba al despacho presidencial a tratar algún tema en el que Fox, o sus más cercanos, no estaba de acuerdo, Gil Díaz portaba bajo el brazo su carta de renuncia, como una forma de presión.

Con el paso de los años, vaya que se pueden cuestionar muchas de las políticas de aquel gobierno. Incluso aquel, en ese entonces inefable, secretario de Hacienda, hoy enfrenta acusaciones por presunto tráfico de influencias para beneficiar a una empresa petrolera de su hijo, Francisco Gil White, que presuntamente defraudó a Pemex y a sus socios.

Pero, no hay duda, un acierto de Fox en su momento de más poder fue aceptar que no tenía los conocimientos suficientes para manejar las finanzas del país y dejó carta abierta a un equipo que sí tuvo los conocimientos para enfrentar aquella recesión que acompañó a los atentados terroristas en Nueva York y Washington.

Hoy está claro que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no tiene la capacidad de manejar adecuadamente la recesión en la que estamos y que habrá de ponerse mucho peor.

Y la 4T no tiene esa capacidad, porque el presidente Andrés Manuel López Obrador no deja que los que sí saben tomen las decisiones. El terror con el que sus subalternos reaccionan ante las órdenes y correcciones que reciben del mandatario en las mañaneras lo dice todo.

López Obrador se guía en la economía por un catálogo de ideas inalcanzables. No deja que los que tienen realmente conocimientos en materia económico-financiera puedan siquiera proponer alternativas si éstas van en contra de sus creencias muy personales. Esto es muy peligroso y podría ser el acabose de la economía mexicana.

La única forma de que este gobierno no acabe por complicar la recesión hasta niveles de perder una generación completa de crecimiento es que el presidente acceda a utilizar el modelo Fox de gobernar. Dejar que un experto de muy alto perfil tome las decisiones financieras necesarias.

Que el presidente se desentienda de esos temas que no conoce y que use todo su carisma y moralidad para que su pueblo lo asuma con resiliencia.