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¿Qué le pasa al Presidente de la República? Cada vez está más paranoico.

Cuando pensamos que ya llegó al límite, se rebasa a sí mismo.

Pareciera que, ante la falta de un enemigo real, cual Don Quijote contra molinos de viento, se lanza sobre supuestos adversarios que podrían invocar al clásico y preguntar: ¿y yo por qué?

Ciertamente no es monedita de oro para caerle bien a todo mundo, pero una cosa es el análisis periodístico, que generalmente no le beneficia por justas razones y otra que a sus críticos los considere “golpistas”.

Lo más reciente se refiere a un clima propiciado por el propio Presidente que animaría la posibilidad de que nuevamente ocurriera un magnicidio en México.

Razones para pensar en eso no faltan.

El Presidente primero inventó la candidatura presidencial opositora de la senadora Xóchitl Gálvez y cuando se dio cuenta que esto generó una simpatía y una esperanza de cambio que obviamente no calculó, se dedicó a denostarla, a descalificarla y a destruirla políticamente.

Es obvio, más que obvio que un luchador social como el presidente López Obrador no ordenaría una barbaridad así, pero si se dedica todos los días desde su conferencia de prensa mañanera a hablar mal de Xóchitl, no faltarían los queda bien que intentarán aliviarle ese dolor de cabeza, eliminándola.

Literalmente.

Y podría ser alguien dentro del gobierno, de su estructura partidista o de quienes han recibido abrazos y no balazos, viendo en riesgo sus condiciones de “trabajo”.

Tampoco faltan los fanáticos.

Los embates contra periodistas críticos que se atrevieron a señalar la imprudencia presidencial no tienen paralelo.

No mencionaré sus nombres porque me niego a integrarme al coro fácil y porque además todos ellos se bastan y sobran para defenderse.

Pero aquí, unos botones de muestra de lo que le pasó al Presidente por la cabeza y de lo que no quiso abstenerse en la Mañanera:

“Nuestros adversarios están fuera de sí. Estoy constatando una campaña que acaban de echar a andar, muy irresponsable, perversa, de malas entrañas y riesgosísima, están difundiendo que, si le pasa algo a un periodista, a un aspirante a la Presidencia, va a ser culpa mía (…) Esto lo está diciendo toda esta gente de los medios de manipulación vinculados a Salinas de Gortari”.

¿Neta, presidente?

Al no encontrar un argumento razonable, se victimizó:

“¿Qué no pueden esperar un año dos meses que ya voy a concluir? Es más, en menos tiempo, el pueblo de México va a decidir sobre su destino de manera democrática. ¿Por qué esa actitud golpista, perversa, de mala fe, inmoral? (…) es una situación de un pequeño grupo muy perverso, fanáticos y con mucho odio. Y hay que ver si no están actuando por consigna, porque es muy extraño o sospechoso, o no es casual, de que hayan empezado hace una semana”.

Fue tal la enjundia del presidente en sembrar esa idea que alguien a quien si escucha debió alertarlo de que se le estaba pasando la mano y resultaba más que obvio que era él que parecía incitar a la violencia. Entonces reculó:

“Decirle a la gente, al pueblo, a quienes simpatizan con la transformación de México, que no debemos caer en ninguna provocación. Serenos, morenos”.

No es una buena noticia que el presidente vea moros con tranchetes. Ni que agarre parejo contra sus adversarios políticos y contra periodistas que le hacen notar sus errores y le advierten sobre las consecuencias negativas de sus dichos.

Se trata del jefe del Estado Mexicano, con todas las herramientas del gobierno a su servicio.

Quienes en ocasiones no coincidimos con él, no lo olvidamos. Él tampoco debería hacerlo.

Un gran poder, implica una gran responsabilidad.

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