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En menos de un mes, la carrera por la presidencia de Estados Unidos ha dado tres giros que han cambiado por completo las expectativas del resultado de esta cita electoral para la que todavía faltan 106 días.

Hasta antes del 27 de junio pasado los contendientes eran dos, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, demócrata, 81 años de edad, con aciertos en materia de salud y otros programas sociales, con una economía que no había caído en recesión, pero con una inflación resistente a mantener una tendencia a la baja y, por lo tanto, con altas tasas de interés.

El otro, el expresidente Donald Trump, un sujeto condenado por la justicia, acusado de violación y de incitar a la sedición de sus seguidores, un personaje misógino, déspota y vulgar que, sin embargo, sabe cómo conectar con millones de ciudadanos que pueden renunciar a la razón cuando encuentran a un mesías populista que los arrope. Sabemos de eso.

Ese 27 de junio fue el primer debate presidencial y lo único que tenía que hacer ese día Joe Biden era mostrar a los electores que la edad no era un impedimento para conservar la agilidad mental suficiente para contener a su oponente y continuar con su trabajo como Presidente cuatro años más.

Biden falló en esa tarea y los medios de comunicación de la mano de las redes sociales se encargaron de hacer grande ese fallo y ubicar a un hombre capaz pero senil en la posición de incompetente para la tarea de gobernar.

Vino después el fallido atentado a Donald Trump, su supervivencia lo expió de su larga lista de culpas y empezó a cosechar simpatías no esperadas que se desprendían del apagado liderazgo demócrata.

El dolor de Joe Biden al decidir su renuncia a la candidatura demócrata sólo lo pueden comprender aquellas personas que han llegado a esa edad con enorme lucidez mental, pero con un inevitable desgaste físico que los limita.

Pero para su partido, para sus seguidores y para un país que tiene el peso de ser la primera potencia del mundo, si algo hace falta es un liderazgo fuerte, pero también positivo, algo que no tienen hoy ni Biden ni Trump.

El Presidente de Estados Unidos busca encumbrar a su vicepresidenta, Kamala Harris, pero hoy de lo que se trata es de generar una candidatura que pueda competir contra la figura de Donald Trump y esa no es una tarea fácil porque el republicano es hoy un mártir para muchas personas que ubican su supervivencia al magnicidio como un milagro.

Son 106 días los que faltan para la elección, son muchos menos los que tienen los demócratas para designar a un candidato sustituto, porque muchos estados están próximos a cerrar sus registros.

Y lo que menos tienen es margen de error, es necesario construir una candidatura sólida del lado demócrata.

Es un asunto de los estadounidenses, claro. Pero es un hecho que una segunda presidencia de Donald Trump será algo muy parecido a una pesadilla para los mexicanos.

Porque, seamos o no partidarios del gobierno actual de nuestro país, no podemos permitir sus insultos a sus funcionarios, mucho menos a los mexicanos migrantes.