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No sé quién inventó la receta electoral del arroz cocido, pero en México funciona muy bien.

La receta consiste en sembrar la idea de que una elección está decidida mucho antes de que suceda. Y no sólo decidida, sino por mucho margen.

Antes de que existan candidatos, antes de que los electores sepan siquiera por quién podrían votar, los cocineros del arroz cocido siembran la creencia de que esa elección está decidida y no hay nada que hacer en ella, salvo asumir el hecho y hacerse el conocedor, el que puede decir desde muy lejos, desde mucho antes: “Ese arroz ya se coció”.

Visiblemente, quienes arrancan este proceso, meses antes de que haya candidatos y de que la gente piense siquiera por quién va a votar, son las casas encuestadoras, entre las que hay unas pocas de histórico y probado profesionalismo, pero ninguna que publique con claridad cuánto cuestan sus encuestas, quién las paga, cuáles son sus límites metodológicos y las debilidades predictivas de sus resultados.

Los encuestadores serios explican, cuando se los preguntan, o cuando le fallan por mucho a los resultados, que sus números son fotografías del momento, no pronósticos del futuro.

Pero en todos los medios y en todas las discusiones basadas en las encuestas, estas se usan como pronósticos, no como fotografías del momento. Son el primer ingrediente de la receta mexicana del arroz cocido.

Las encuestas no se mandan solas, desde luego. Se han convertido de hecho en un instrumento de los estrategas políticos para repartir arroz cocido.

No hay más que ver la proliferación de casas encuestadoras de las que podría predicarse lo que de los poetas en la Nueva España (consultar al efecto al novohispano Gil Gamés, en estas mismas páginas de MILENIO).

El hecho es que chapoteamos en las arenas movedizas del arroz cocido, por cuyas cazuelas ubicuas nadie pasa indemne.

Aún los observadores acuciosos toman grandes cucharones de esas cazuelas, y hasta un libro se ha publicado en estos días diciendo quién ganó ya las elecciones de 2024.

La receta del arroz cocido tiene una larga historia de fracasos, pero sigue siendo plato favorito en nuestra fonda de política ficción.