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Un error común de la priología al uso es decir que el PRI nació en 1929 y que no ha cambiado desde entonces.

El PRI de hoy no tiene nada que ver con el Partido Nacional Revolucionario que fundó en 1929 el general Calles, con su Familia Revolucionaria. Menos tiene que ver con el Partido de la Revolución Mexicana que fundó Lázaro Cárdenas en 1938, en una lógica de sectores corporativos: obrero, campesino, popular, militar.

De hecho, el PRI se creó para acabar con el PRM, cuyos tonos socialistas y comunistas chirriaban en el arranque de la guerra fría, cuando México y Washington tuvieron un acuerdo fundamental que cabe en dos palabras: industrialización y anticomunismo.

El PRI fue una solución política nacional para que EU no se encargara de administrar la guerra fría en nuestro suelo, como lo hizo en Guatemala en 1954. Y como lo haría después en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay.

Desde su fundación, el PRI fue el partido hegemónico de México, un partido autoritario, pero no un partido de la inmovilidad.

Si algo sucedió bajo la hegemonía del PRI es que México cambió. Lo hizo en un arco gigantesco que va de la industrialización de los 1940s a la reindustrialización de los 1990s y los 2000s, y que se extiende al T-MEC de hoy.

El PRI fue el partido de la urbanización salvaje de los 1950s, del desarrollo estabilizador de los 1960s, de la crisis moral y política del 68, de las crisis financieras del 76 y el 82, de la liberalización de la economía de los 1980s, de la transición democrática de los 1990s hasta la alternancia democrática de los 2000s y el Pacto por México de los 2010s.

Muchos cambios, muchos PRIs. Hilos de todos esos PRIs hay en los priistas de hoy. Pero los priistas de hoy están lejos de ser un grupo compacto o un partido ideológico.