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Se formó al fin una Comisión Independiente de Investigación sobre la Pandemia de Covid-19 en México.

La coordina Jaime Sepúlveda y la integra un grupo interdisciplinario de expertos que prueban, por sí solos, la independencia de la comisión.

Doctores como Julio Frenk, ecologistas como Julia Carabias, juristas como José Ramón Cossío, académicos como Sergio Aguayo y Sergio Cárdenas, científicos como Antonio Lazcano Araujo, más un breve y excelente grupo de mexicanos excepcionales.

Lo que pasó en México durante la pandemia del covid fue una tragedia. 

“Más de 330 mil muertes reconocidas por las autoridades”, dice la comisión, “3 mil 234 decesos del personal médico que combatió directamente al virus; más de 215 mil niñas y niños que quedaron huérfanos de padre o madre; y el hecho más sobrecogedor de todos: entre 2020 y 2022, 800 mil muertos en exceso”.

Cada país tuvo su pandemia. La pandemia de cada país fue del tamaño de la negligencia o de la eficacia de su gobierno en combatirla.

El virus fue el mismo para todos, los países estuvieron expuestos a la misma amenaza y tuvieron al alcance los mismos conocimientos y las mismas soluciones.

Japón, que tiene la misma población de México, tuvo menos de 50 mil muertos. Nosotros, 800 mil.

La diferencia no estuvo en el virus, sino en los gobiernos que lo combatieron. No fue una desgracia caída del cielo. Fue una desgracia caída de la calidad del manejo de la pandemia en cada país. Los responsables en cada país fueron los gobiernos.

Cada país debe hacerse cargo de las responsabilidades de su gobierno en la tragedia. No es casual que vayan apareciendo en distintos países comisiones de expertos para investigar lo sucedido.

México está entre los países que manejaron peor la pandemia. Lo acompaña en ese rango Estados Unidos, cuyo presidente, Donald Trump, se refirió al covid-19 como una “gripa china”, hasta que la “gripe” estuvo a punto de matarlo.

Gemelo de Trump fue el presidente mexicano, López Obrador, quien dijo que el virus podía detenerse con amuletos y no usó nunca cubrebocas, ni siquiera después de que el virus le probó también a él, en carne propia, lo equivocado que estaba.

El daño está hecho. Empieza la rendición de cuentas.