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Recuerda Martin Amis, en su Koba el Temible, las definiciones sobre la necesidad del terror de Lenin y Trotski, que acabaron configurando el principio activo del comunismo soviético, de la era de Stalin en particular.

En mayo de 1922, cuando se preparaba el juicio a los mencheviques, sus compañeros de viaje, Lenin envió al Camarada Kurkski, Comisario de Justicia del Pueblo, un párrafo que debía introducir al código penal sobre “la esencia y la justificación del terror, su necesidad y sus límites”.

Lenin pedía una definición del terror “tan amplia como fuera posible”, ya que “sólo la rectitud y la conciencia revolucionarias podían definir las condiciones para aplicarla en la práctica”.

En otra comunicación al Camarada Kurski, Lenin dejaba claro en qué estaba pensando: “En mi opinión, debemos extender el uso de ejecuciones sumarias (o exilio) a todas las actividades de los mencheviques. Debemos encontrar una formulación que conecte estas actividades con la burguesía internacional”.

Trotski, que había sido menchevique, había pensado también en esto. “El terror”, escribió, “es un poderoso instrumento de la política, y habría que ser un hipócrita para no entender esto”.

Trotski se había definido también, desde un punto de vista filosófico, en esta materia: “Debemos deshacernos de la cháchara cuáquero-papista sobre la santidad de la vida humana”.

Stalin se deshizo de esa cháchara, y de Trotski y de los trotskistas, y de millones de prisioneros que invariablemente se preguntaban “por qué” los habían llevado y los mantenían en el Gulag.

No sabían de qué los acusaban. Nunca lo supieron. Era el ejercicio del terror sin hipocresía.

Las definiciones fundacionales del bolchevismo contra la hipocresía en el uso del terror, a favor del terror sin hipocresías, acabaron resumidas en dos frases favoritas de Stalin, que Amis recoge.

Una es: “La muerte resuelve problemas: No hay hombre. No hay problema”. Con una variante más cartesiana: “Si hay un hombre, hay un problema. Si no hay hombre, no hay problema”.

La otra frase es una instrucción para interrogadores. Dice: “Pega, pega y pega otra vez”. Tiene una variante más rítmica: “Pega, pega y, otra vez, pega”.

Quizá es mejor la primera.