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Vista de cerca, la figura de Pancho Villa, como los templos aztecas, exuda un olor a sangre que apenas puede tolerarse.

El historiador Friedrich Katz escribió una especie de historia universal del personaje: Pancho Villa (Era, 2 vols.,1998).

En ese libro están retratados el bandido y el guerrillero, el valiente y el paranoico, el guerrero hábil y el estratega torpe, el genio carismático de la organización militar y el idiota comandante que destruye su ejército lanzándolo una y otra vez sobre las trincheras de Obregón en los llanos del Bajío.

Katz registra también las partes sangrientas de Villa, su fondo de ira y venganza, así como las múltiples ignorancias que lo llevaron a la derrota.

La violencia cruza la historia de Villa de cabo a rabo. Como el de ningún otro revolucionario, su trayecto deja claro que la guerra no es sino el “negocio de matar”, dice Katz en un pasaje, y Villa, un hombre poseído por aquella “monomanía de matar”, que Felipe Ángeles reconoció como su rasgo intolerable.

En ningún otro gran personaje de la historia de México, la capacidad de violencia personal ha tenido una expresión tan alta.

En ningún caudillo militar de la Revolución aparece tan nítido el vínculo entre el arrebato homicida personal y el homicidio colectivo que es la guerra.

Ni en Carranza, ni en Zapata, ni en Obregón hay un paso directo entre matar por propia mano y hacer matar por medio de las manos de un ejército.

En Villa, sí. Villa es el mayor matón consagrado como prócer y como héroe popular de nuestra historia.

Véase su perfil de ajuste de cuentas con Claro Reza, antiguo compañero de crímenes, que se había vuelto espía del gobierno y delator de las correrías de Villa, antes de la Revolución:

Villa entró a Chihuahua con paso lento para encontrar a Reza. Se compró un gran cono de helado y lo iba lamiendo y mordiendo cuando Reza salió de su cantina preferida, Las Quince Leguas, para enfrentarlo. Villa disparó sobre su antiguo compinche, lo mató y luego, con el mismo paso lento, salió en su caballo del pueblo sin que nadie se atreviera a perseguirlo.