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La escena lacerante, presentada en el Noticiero de Joaquín López-Dóriga, donde un niño narra a sus padres detalles de cómo fue abusado sexualmente en el Montesori Matatenas de la ciudad de México me ha regresado en el túnel del tiempo a los años de mi infancia, cuando recién iniciaba la primaria.

Se puede tomar conciencia y profundizar en un proceso de sanación cuando al fin, en edad madura, se entiende qué realmente pasó para tratar de retomar “la normalidad”. Pero al fin siempre quedan rescoldos, recuerdos vagos y sensaciones desagradables que han minado la existencia en algunos periodos de vida. Y dañado, a veces, la coexistencia con mucha gente.

El abuso sexual infantil es demasiado grave porque aunque se ponga en una pira al que dañó, los resultados prevalecerán por largo tiempo en el infante que ha sido afectado no sólo en su cuerpo, sino en su conducta, su actitud y su alma.

Probablemente, el abusador infantil y su rama depravada de los pederastas irá a la cárcel donde, según se dice, será violado, porque es algo que entre reos es condenado con la misma vara. Pero, al final, el problema del abuso sexual infantil prevalecerá porque las hondas raíces que lo permiten siguen sin ser cortadas.

No son solo los abusadores sexuales infantiles los responsables de que se cometa ese crimen. La perversión y la depravación son condiciones innatas del ser humano –y como siempre he dicho, no propias de un género en particular.

Pero, para que las conductas pervertidas y depravadas florezcan, deben existir las circunstancias suficientes que permitan consumar situaciones como el abuso sexual y la violación. La lista de posibilidades es interminable: puede ser en aparentes juegos, en lugares cerrados, en dar premios a cambio de algo, en presumibles actos de caricia, en promesas, bajo amenaza o cohersión…

En ese túnel del tiempo que ha discurrido por mi mente no reprocho ni culpo, aunque hay elementos para hacerlo.
Pero estoy seguro que el curso de las cosas habría sido distinto –no sólo en el momento grave- de haber sido advertido con información temprana por el respeto que debe haber hacia el cuerpo; de haber tenido el campo necesario de confianza para denunciar a quien atente con la corporeidad propia y, sobre todo, haber aprendido a decir NO cuando era necesario y, sobre todo, en un momento urgente.

El tema sexual ha sido y seguirá siendo seguramente un tabú. Algo de lo que difícilmente se habla en casa –más en determinados estratos y regiones-, a menos que sea por indirectas o chistes que buscan trivializar las cosas. Y ahí está uno de los principales obstáculos para impedir que el abuso sexual –no sólo infantil- y las violaciones se cometan.

En la familia no se habla sobre el asunto. A veces por mojigatez; en veces por falta de información de los propios padres. “No sé cómo decírselo” o “todavía está muy chiquito”, he escuchado a algunos padres, sobre todo en familias que pudieran colocarse en los niveles socioeconómicos medios. “Uy, no creo que sea capaz”“las cosas que se imagina”… , son algunas de las expresiones para contrarrestar la veracidad de las denuncias de las víctimas, concediendo el beneficio de la duda a los victimarios. (¿Son los sacerdotes verdaderas almas de Dios?, está a la vista que no).

En el caso de los niños que fueron objeto de abuso por el depravado y pervertido esposo de la dueña del Montessori Matatena, ahora está puesta la atención de autoridades educativas, de la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, las ministeriales y hasta de derechos humanos. Ha sido gracias al empuje mediático de Joaquín López-Dóriga. De otro modo, habría quedado como una mera denuncia archivada en los expedientes o echada al cajón del olvido.

Si bien el castigo debe ser ejemplar, porque la integridad de las personas es tutelada por el Estado, en el fondo está el tema de la educación para los niños –particularmente en el ámbito de la familia-, no solo sobre sexualidad, sino aquella que permita a los infantes a advertir cuáles son los riesgos a los que se enfrenta cuando alguien quiera atentar contra su persona, en cualquiera de sus formas.

Y ojo. No es un tema de género. Coincido en que las mujeres siempre han tenido la desventaja en esa lucha milenaria de género. Pero el asunto va más allá. Es el de mostrar y enseñar a los niños de ambos sexos como defender y hacer que se respete su dignidad y corporeidad.

No es con rollo como habrá que enseñarlos, sino advertirles cuáles son las circunstancias y los hechos que pueden ponerlos en riesgo de una potencial situación de abuso sexual y hasta violación.

Recuerdo, nuevamente en esa avenida del retroceder en el tiempo, que si en mis épocas hubiera existido aquella campaña televisiva de “Mucho Ojo”, en que personalidades artísticas mostraban en pequeñas cápsulas en diferentes horarios cómo podía un niño caer ante un abusador (abusadora), las cosas pudieran haber sido diferentes.

Información, nuevamente información. La privada en casa y la pública en los medios masivos –ahora con mayor razón en los digitales en los que está puesta la atención de niños y adolescentes.

Hay que recordar que los abusadores (abusadoras) potenciales están más cerca de lo que uno puede imaginarse: familiares y amigos de la familia. Lo fundamentan las estadísticas.

Podemos mandar a la hoguera a todos los abusadores, pero la perversión y la depravación seguirán ocultas y acechadoras ante la inocencia o falta de malicia de las víctimas potenciales. Podemos encerrar a quienes laceran la vida futura de sus víctimas, llevar a que se tomen posiciones políticas y hasta alcanzar acuerdos legalizados que garanticen el sano desarrollo de los infantes. Pero creo, al paso del tiempo, que la información es vital. Y sobre todo, que en la familia se conforme un ambiente de confianza, de tolerancia y comprensión.

Para qué esperar a que se consumen los hechos, se denuncien y se inicie un largo proceso de sanación, cuando al final de cuentas el alma ha sido dañada en partes o toda aunque ardan los demonios que seguramente, a su vez, fueron abusados por otros demonios.
PostScriptum.- Reitero que el tema del abuso sexual y la violación no es de género, es de dignidad humana. El respeto a la corporeidad y la integridad debe ser amamantado desde la familia. La madre –como siempre y especialmente en la formación de la personalidad- tiene el rol más importante. Las Escuelas para Padres son un buen apoyo.

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Por Luis Alberto Rodríguez Juárez