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Acabar con la dependencia petrolera.

En el recuento de las desgracias externas parece que llegó el momento de tomar determinaciones internas que reordenen la economía local.

Al principio todo era nada más, y nada menos, que esperar a que la Reserva Federal de Estados Unidos iniciara el proceso de alza de las tasas de interés. Había que administrar la incertidumbre de la fecha de algo que ya sabíamos que sucedería después de la fiesta de los dólares.

Hasta ahí, un ajedrez financiero. Sin embargo, la quiebra de la economía griega y la incertidumbre sobre su salida o no de la zona euro fue un factor adicional de titubeo.

Llegó entonces un golpe certero a la línea de flotación a las finanzas públicas mexicanas: el derrumbe de los precios del petróleo en el mundo y de la producción de crudo local.

Y como para corroborar que las desgracias nunca llegan solas, ahí está la desaceleración china y los coletazos del dragón con todo y sus tres devaluaciones de la semana pasada.

La economía china se maneja con total discrecionalidad y más que reportes confiables hay señales y la intervención en el mercado cambiario, con las devaluaciones, y en el mercado bursátil con los constantes rescates del inminente crack son lo más parecido a las peores señales.

Entonces, la expectativa de alza en las tasas de interés jala los capitales hacia los mercados estadounidenses, el vuelo a la calidad se ve alterado por eventos como la crisis griega. Con la baja en los precios de los energéticos y el resto de las materias primas se desvelan las economías emergentes más dependientes y frágiles, que son las primeras en ser abandonadas. Y con la advertencia de que China podría frenar al mundo, se altera mucho más el avispero.

En esta cadena de circunstancias adversas, México quedó del lado de los más afectados. Sus codependencias de Estados Unidos y del petróleo lo hacen vulnerable. Puede ser que menos que Brasil y su recesión o que Turquía y su frontera con Siria, pero lo suficiente como para que se tomen medidas internas contundentes.

El próximo 8 de septiembre el gobierno federal debe presentar un paquete económico que esté a la altura de lo que viene para el 2016. De entrada los barriles de petróleo ya no están en 100 dólares como hace un año, están en 39.

La economía no creció 4.5% como se estimó originalmente, podría crecer menos de 2 por ciento. El tipo de cambio no está en 13.12 pesos por dólar, está en 16.42 pesos por dólar. Y las finanzas públicas no están en equilibrio, hay un déficit fiscal cercano a 4% del Producto Interno Bruto.

En fin que el México de hace un año, el país contemplado en la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos del 2015, ya cambió.

Lo que deberíamos ver el próximo septiembre, con la LXIII Legislatura instalada, es una iniciativa de reforma fiscal que acabe de una vez con la dependencia petrolera, componga las finanzas públicas e incentive las actividades económicas privadas.

Evidentemente si este gobierno se anima por una reforma fiscal provocaría un enorme ruido político opositor, dependiendo de con quién se alíe para ese cambio. Pero si dejan pasar y dejan de hacer con la autocomplacencia de hoy abren la puerta del poder, incluso a las opciones más populistas y radicales.