La Semana Santa de Iztapalapa se ha celebrado ininterrumpidamente durante 180 años y este viernes volvió a congregar a devotos y curiosos
Tras años de celebración marcados por el temor al coronavirus y las restricciones, el fervor de cientos de miles de mexicanos volvió este viernes a salir a las calles de Iztapalapa, al sur de la capital, para celebrar que la tradición ha logrado resistir a su segunda pandemia.
La representación de varios pasajes de la Semana Santa se comenzó a celebrar en 1843, tras una década en la que el barrio fue duramente golpeado por una epidemia de cólera. Sus habitantes imploraron a Dios el fin de la enfermedad a cambio de escenificar cada año la pasión de Cristo, y cuenta la tradición que así fue.
Desde entonces, la Semana Santa de Iztapalapa se ha celebrado ininterrumpidamente durante 180 años y este viernes volvió a congregar a devotos y curiosos para admirar la realista representación del último día con vida de Jesucristo.
No hay una palabra que defina la Semana Santa, es milagrosa”, expuso a EFE Eduardo Granados, un joven de 16 años, al ser preguntado por la extraordinaria resistencia de la tradición ante el tiempo y la enfermedad.
Aunque algunos de los entrevistados señalaron que no hubo tanta afluencia como en ediciones anteriores, la Alcaldía de Iztapalapa estimó que asistirían cerca de dos millones de personas.
Edwin Carvajal, uno de los cientos de miles de espectadores, celebró el fin de las restricciones y el regreso de lo que consideró una de las más bonitas tradiciones de los iztapalapenses, considerada recientemente como Patrimonio Cultural Inmaterial de México.
No hay palabras, es una emoción el hecho de poder venir. Porque ella no tenía conocimiento, había venido pero estaba recién nacida. Es la primera vez que la traemos a la representación como tal”, dijo refiriéndose a su hija Natalie, a quien llevaba en brazo.
A mediodía, la multitud se congregó en la plaza de Iztapalapa para ver la escenificación de la condena a muerte que Poncio Pilato impuso a Jesús, en un gran teatro a cielo abierto y bajo un sol abrasador.
Los cientos de actores -soldados romanos, sacerdotes, miembros de la corte de Pilato y Herodes, el propio Jesucristo- recitaron a viva voz cada uno de los pasajes de la Biblia.
“Salgo desde que tenía un año como soldado romano. Los años anteriores no actué por la pandemia, y se siente bien volver a representar la crucifixión y resurrección de Jesús”, indicó Iván de Jorge, ataviado con túnica roja y armadura romana, minutos antes de que sus compañeros flagelasen a David Uriel, el joven de 24 años que este año consiguió el papel de Cristo.
Acto seguido, Uriel agarró su cruz de 90 kilos y comenzó su viacrucis particular por los ocho barrios de Iztapalapa y hasta lo alto del Cerro de la Estrella.
Una dolorosa ofrenda
A lo alto del empinado monte, que ofrece una vista panorámica de la capital mexicana, otros cientos de personas que también habían portado sus pesadas cruces a cuestas esperaban la llegada del Mesías.
“Quiero liberarme de varios cargos que tengo de culpa, eso me hizo venir”, explicó un extasiado Roberto Reyes, primerizo en esta tradición y quien, junto a tres miembros de su familia, cargó una cruz de un centenar de kilos.
Uno de sus acompañantes, Brandon Yavel, es algo más experimentado: a sus 14 años, este es el octavo que realiza la extenuante ascensión.
“Se nos hizo pesado, pero es la tradición familiar. La Semana Santa, la tradición, Dios… es bonito subir con la cruz”, subrayó.
Una escenificación realista
Bajo las tres grandes cruces que coronaban el monte fueron llegando poco a poco los diferentes protagonistas: primero los soldados, seguidos los ladrones que también serían crucificados, los apóstoles o la Virgen María y María Magdalena, quienes no cesarán de llorar hasta bien acabada de representación.
Impulsado por una corriente de viento, que levantó una nube de polvo, caminó un Uriel encarnado en Jesucristo, sangrado y con varias partes del cuerpo en carne viva, hasta caer rendido a pocos metros de lo alto del cerro.
Una vez en lo alto de la cruz, jadeando y con el hilo de voz que le quedaba tras el esfuerzo, logró decir: “Perdónales, padre mío, porque no saben lo que hacen”.
Fieles al relato bíblico, los soldados romanos reían y seguían golpeando a Uriel con una lanza, impasivos ante su cara de sufrimiento.
Uno de sus compañeros de crucifixión tuvo que ser bajado antes de hora, aturdido y magullado, y fue atendido por los servicios sanitarios.
Jesús, ya “muerto”, fue retirado de la cruz mientras sonaba una canción celestial. Cuando acabó, tan solo se logró escuchar el llanto inconsolable de la Virgen y María Magdalena.
Con información de EFE