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Las locas aventuras de ‘El Moches’
Foto de Max Káiser

Max Káiser y Rictus nos traen las aventuras de ‘El Moches”, un personaje que solo respeta la Ley del Menor Esfuerzo.

Capítulo 1

Les quiero presentar a ‘El Moches’. Es un cuarentón chilango en plena crisis. Nacido en las vibrantes tierras de Coapa, recorrió casi todas las escuelas de la zona, con muy poco éxito, pero también todos los bares de la zona, con mucho éxito.

‘El Moches’ nació en una de esas casas de clase media, que luchaba todos los días por no caer por debajo de la línea de la pobreza formal. Sus padres eran muy trabajadores, y por algún motivo, no lograron pasarle ese gen a su hijo.

‘El Moches’ es un huevón. Ese es el término técnico para describir a un chilango como él. La Ley del menor esfuerzo es la única que reconoce y cumple. Todas las demás le parecen un desperdicio de papel.

‘El Moches’ pasó por todas las escuelas que osaron recibirlo. En ninguna le fue bien. De varias lo corrieron por hacer trampa en exámenes y calificaciones, de otras por destruir alguna parte del mobiliario, y en la última, por tirarle la onda a la maestra de química. Acabó la prepa de milagro, haciendo trampa en el sistema abierto. Intentó cursar algunos semestres en la universidad, pero su “título” de licenciado en administración es de la fábrica de títulos falsos de Santo Domingo, porque nunca pasó del segundo semestre.

Las locas aventuras de 'El Moches' - moches-kaiser-rictus

Ha pasado por todas las ‘chambitas’ que te puedas imaginar. Desde taquero hasta vendedor de celulares robados. Ha sido candidato a lo que se te ocurra. Nunca ha ganado una elección, ni siquiera en su colonia.

Su mejor momento se dio cuando le dieron la Dirección de Obras de la Delegación Xochimilco. Por azares del destino, uno de sus amigos de la infancia acabó de delegado, y acordó con ‘El Moches’ crear toda una maquinaria de corrupción, a través de su Dirección.

Entre ambos salían a la calle, y revisaban las obras activas de la demarcación, y sin motivo alguno clausuraban obras en proceso, para después extorsionar a los constructores desesperados por las pérdidas millonarias que implicaban parar las obras. Ese era su negocio más lucrativo: la extorsión. Pero además, tenían todo un sistema para cobrar la emisión de permisos de construcción: atoraban el trámite varios meses, con cualquier pretexto administrativo; cuando el constructor finalmente estaba desesperado, le ofrecían desatorar la licencia, ofreciendo gestores propios, que cobrarían a su nombre, y lograrían la obtención del permiso; de no aceptarlos, las licencias se negaban, lo que provocaba que el constructor perdiera mucho dinero y tiempo, hasta que decidía acceder a pagar por fuera, la obtención del permiso. Pero el negocio no acababa ahí. Una vez otorgado el permiso, hacían visitas regulares a las obras para amenazar con suspensiones, por cosas como “el extinguidor está 10 centímetros fuera del lugar reglamentario” o “los cascos de los trabajadores deben ser verdes”. Su gestión fue una pesadilla para los constructores de la demarcación. Perdieron cantidades millonarias en extorsiones que iban desde la emisión del permiso, hasta el otorgamiento de la constancia de terminación de obra.

A veces, los pagos se hacían en especie. Así ‘El Moches’ acabó viviendo en una enorme casa en el Pedregal.

Una empresa que necesitaba urgentemente un permiso de obra se la puso gratis a su disposición. ‘El Moches’ y su familia vivieron dos años como nuevos ricos ejemplares. Sin pagar renta, y con todo el dinero que recibían de la venta de permisos, viajaron por todo el mundo, llenaron la casa de esculturas de bronce verde, compraron toda la ropa de marca que pudieron y gastaron millonadas en fiestas, como la de quince años de su hija, en la que cantaron Los Ángeles Azules. En la sala de la casa colgaba un enorme cuadro que retrataba al Moches en pose de Napoleón, conquistando Europa. La cochera tenía una Hummer amarilla, un Charger café, y la típica Suburban oscura de funcionario potentado.

La vida de rico nuevo acabó rápido. Vinieron las elecciones, y con el cambio de delegado, ‘El Moches’ perdió su cargo. Hoy en día, sigue habiendo denuncias de extorsión en su contra, activas en la Procuraduría de la ciudad. Lo que le quedó de dinero, lo ha gastado en mordidas para el Ministerio Público, para que no consigne ninguno de los expedientes.

El regreso a Coapa con la familia fue dramático. Nadie quería regresar al pequeño departamento de esa zona. Las esculturas de bronce verde no cabían, y la ropa cara de marca escandalosa desbordaba los pequeños clósets. La Hummer amarilla ni siquiera entraba en el pequeño estacionamiento del edificio.

En un terrible giro del destino, la esposa lo dejó por el nuevo delegado de Xochimilco, al que conoció en una de las gigantes fiestas de la casa del Pedregal. ‘El Moches’ no sabía, pero desde esa fiesta, su esposa tenía nuevo novio, que cumplía todos sus caprichos. “El sí tiene futuro político” le decía su esposa al Moches.

Deprimido y enojado, vive hoy solo en su departamento de Coapa. Una gigante Venus de Milo de bronce verde lo acompaña en la sala, como terrible recordatorio de la vida que nunca fue.

Quiere recuperar el estatus de rico nuevo, y busca por cualquier vía un negocio que le regrese el poder que da el dinero rápido. Quiere demostrarle a su exesposa que no es un fracasado total.

En estas semanas, ‘El Moches’ dejó la depresión. Un nuevo ‘negocito’ parece estar cerca. El gobierno decidió echar a perder el sistema de abastecimiento de medicinas, y él tiene buena relación con varios chinos que son capaces de traer cualquier cosa a México, por las vías más oscuras, en el menor tiempo posible. La presión de las familias de los enfermos crece todos los días, y en cualquier momento el gobierno se verá tentado a comprar cualquier cosa, para quitarse de encima la presión.

Pero eso se los platicaré en el capítulo siguiente.