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La “Masacre de la Escuela Santa María de Iquique”

Señoras y Señores

venimos a contar

aquello que la historia

no quiere recordar.

Pasó en el Norte Grande,

Fue Iquique la ciudad.

Mil novecientos siete

marcó fatalidad.

Allí al pampino pobre

mataron por matar.

Con las piernas encorvadas, sentada en el piso en mi pijama de florecitas azules, ponía la cabeza recargada en la pared, cerraba los ojos mientras la consola tocaba el disco de 33 que generaba que mis ojos se llenaran de agua salada y mi corazón se sintiera apesadumbrado; entonces solo tenía 10 años y el calendario marcaba 1974.

Lo que me quitaba la paz había sido Compuesto por Luis Advis a fines de 1969. La cantata de Santa Maria de Iquique  basaba su relato en el libro  de la Reseña Histórica de Tarapacá.  Se estrenó en julio de 1970, el Teatro La Reforma de Santiago de Chile fue el escenario. Una obra con una estructura como la de las antiguas cantatas populares que tenían un motivo religioso pero esta, estaba basada en un tema social.

Yo era era muy alta para mi edad lo que me daba ciertas posibilidades, entre ellas alcanzar el tocadisco que se encontraba por encima del librero, le subía el volumen para que retumbaran las bocinas, entonces cantaba a todo pulmón y la ponía una y otra vez, cada vez terminaba con  un  llanto a flor de piel. Sin duda mi niñez estuvo marcada por un dejo melancólico que acompañaba mi  forma de mirar el mundo.

Seremos los hablantes,

diremos la verdad,verdad

que es muerte amarga

de obreros del salar

Recuerden nuestra historia

de duelo sin perdón

por más que el tiempo pase

no hay nunca que olvidar

Ahora les pedimos que pongan atención

Ahora les pedimos que pongan atención.

A esa tierna edad no tenía cómo averiguar a fondo de que se trataban los pregones, el relato, las canciones, solo sabía lo que generaba en mí, la tristeza que acompañaba las estrofas, la música que pulsaba como un réquiem. Entendía que habían matado a mansalva y sentía un dolor en el pecho.

A más de casi cincuenta años de aquella experiencia infantil, el recuerdo regresa en una extraordinaria tarde en casa de Poncho y Margorie, donde al vaivén de una rica comida y una botella de vino de pronto aparece el nombre de la cantanta. La busqué en spotify y de regreso a casa, de nuevo la música me hizo evocar los años 70 y mi llegada a este país, cuando México nos abrió sus brazos al llegar. Aparecen los arpegios acompañados de su dolorosa letra,  todavía guardada en mi memoria. Recuerdo casi completa la letra de cada canción y estrofa, no por buena memoria, sino porque me la tatué en el alma. “pareces más Chilena que yo” refiere mi encantador acompañante, un chileno exiliado hace 50 años.

La cantanta refiere a la  “Masacre de la Escuela Santa María de Iquique” un trágico evento que ocurrido el 21 de diciembre de 1907, a las 15:45 de la tarde.

Según narran algunos entre 2000 y 4000 pampinos y pampinas emprendieron el camino desde el interior de la región hasta la capital nortina, sede de la Intendencia de Tarapacá. El primer contingente fue acogido por las autoridades en las afueras de la ciudad, ahí donde se encontraba el Hipódromo.

Empezaron las discusiones y los trabajadores se negaron a volver a sus faenas, se dirigieron desde el hipódromo hasta la plaza Pratt, invadiendo el centro de la ciudad. Se les asignó la Escuela Santa María, frente a la Plaza Montt para alojarse, un edificio que los huelguistas aceptaron como lugar de acogida mientras se buscaba una negociación con los salitreros.

Se encontraban entonces en el corazón de la ciudad, lo cual preocupó a los ciudadanos. De hecho, la llegada de los pampinos era vista como algo intolerable que agudizaba el tradicional antagonismo entre citadino y forastero, entre pobre y pudiente.

Tras una semana, el intendente exigió a los huelguistas que se fueran de la plaza Montt y volvieran al Hipódromo en las afueras de Iquique. Pero se negaron y fue en ese momento cuando estalló la violencia estatal.

El general Silva Renard ordenó la primera descarga del piquete O’Higgins, (un grupo de soldados que llevaban ese nombre en referencia al libertador y político chileno Bernardo O’Higgins) las balas iban dirigidas a los miembros del Comité Directivo del grupo de trabajadores en huelga. Pero estaban ahí también mujeres y niños. Exigian mejores condiciones laborales, les gritaban a las empresas salitreras de propiedad británica que dominaban la región, que las condiciones de trabajo eran inhumanas.

“No se podía dejar a la ciudad entregada a la magnanimidad de los facciosos”, convencido dijo después de la matanza el jefe militar

Murieron tres mil seiscientos,

uno tras otro.

Tres mil seiscientos mataron,

uno tras otro.

La Escuela Santa María vió sangre obrera,

la sangre que conocía  sólo miseria.

Serían tres mil seiscientos ensordecidos,

Y fueron tres mil seiscientos enmudecidos.

La Escuela Santa María fué el exterminio,

de vida que se moría sólo alarido.

Tres mil seiscientas miradas que se apagaron.

Tres mil seiscientos obreros asesinados.

Un niño juega en la Escuela Santa María.

¿Si juega a buscar tesoros qué encontraría?

La represión liderada en el casco urbano de Iquique, dejó marcada su impronta en los muros. Las secuelas de la masacre llevaron a lentas mejoras en las normas laborales, con la promulgación de regulaciones laborales mínimas a partir de 1920, como el pago en moneda de curso legal y límites a la duración de la jornada laboral que era mayor a las 14 horas.

La masacre de la Escuela Santa María permitió que se organizaran mejor las luchas de la clase trabajadora, para pelear contra las condiciones de trabajo opresivas y el papel del gobierno en la represión de los movimientos laborales. Este trágico incidente se convirtió en un símbolo de lucha social, un martirio en la historia de Chile.  Influyó en intelectuales y artistas que expresaron el traumático evento a través de diversos medios.

La matanza tuvo un profundo impacto en la sociedad chilena, reflejando las tensiones entre los derechos laborales y los intereses de poderosas fuerzas económicas durante ese período.

Luego del Golpe Militar en Chile,  las cintas masters fueron destruidas. Pero el conjunto Quilapayún en su exilio, siguió presentándola. En 1978, volvieron a grabar esta pieza en Europa pero para gran disgusto de Advis, encargaron al escritor argentino Julio Cortázar la remodelación de parte del texto original e hicieron pequeños arreglos instrumentales. Aunque esta nueva versión fue grabada dos veces, el grupo siguió interpretándola después como fue creada originalmente por su autor. Este manifestó su enojo.

“No me gusta que corrijan mis textos sin preguntarme, además que en ninguna parte yo uso la palabra pueblo como la usa Cortázar. Estaba tan molesto con ese señor que le iba a escribir una carta, pero no lo hice porque al mes siguiente murió”.

Hay símbolos que dejan una fuerza en el inconsciente colectivo, la música puede ser uno de esos, será que no muera nunca la capacidad de poner en primer lugar la justicia social, la igualdad de condiciones, la posibilidad de una educación equitativa, en cualquier parte del mundo.

Quién diría que a más de siete mil kilómetros y a más de cien años de distancia, había una niña que lloraba, que sentía en el alma y que se grabó la letra para recordarla hoy y poner sobre el papel la posibilidad de no olvidar a esos hombres, mujeres y niños que fueron sometidos a una masacre, una sinrazón de una sociedad que a veces parece olvidar el daño del que somos capaces, solo por mantener un status de vida para unos cuantos a costa de lo que sea.

Ustedes que ya escucharon la historia que se contó,

no sigan allí sentados pensando que ya pasó.

No basta solo el recuerdo, el canto no bastará.

No basta sólo el lamento, miremos la realidad.

Quizás mañana o pasado,

o bien en un tiempo más,

la historia que han escuchado de nuevo sucederá.

Es Chile un país tan largo, mil cosas pueden pasar

si es que no nos preparamos resueltos para luchar.

Tenemos razones puras, tenemos por qué pelear.

DZ

La “Masacre de la Escuela Santa María de Iquique” - sta