La falta de agua en Gaza no se debe tanto al cierre de las tuberías ordenado por Israel, sino a la escasez de combustible para las desalinizadoras de Gaza que abastecen a la población
La mayor riqueza que alguien puede tener hoy en Gaza es un botellín de agua, un recurso extremamente escaso para los dos millones de habitantes de la Franja, sumidos en una crisis humanitaria sin precedentes en el enclave.
El drama de la sed se cierne sobre una población de 2.3 millones de gazatíes, en la que se han registrado ya 2 mil 670 muertos y 9 mil 200 heridos por los bombardeos israelíes desencadenados por el ataque, el sábado de la semana pasada, de la milicia islamista Hamás, que dejó más de mil 400 muertos en Israel.
En las últimas 24 horas se han registrado 357 muertos y un millar de heridos, según el Ministerio de Sanidad gazatí.
La falta de agua en Gaza no se debe tanto al cierre de las tuberías ordenado por Israel el lunes, revocado ahora parcialmente, como a la escasez de combustible para las desalinizadoras de Gaza que abastecen a la población repartiendo agua en camiones. El agua del grifo en la Franja, extraída del subsuelo, es prácticamente imposible de beber por su alta salinidad.
El Ministerio de Infraestructuras israelí confirmó hoy a EFE la decisión de “renovar el suministro de agua en un punto concreto para los residentes del sur de la Franja de Gaza”.
Sin embargo, es apenas una gota en el desierto, ya que el agua proporcionada por Israel en tiempos normales supone apenas el 7 % del consumo total en el enclave, y Naciones Unidas ya ha advertido de que llevar combustible a Gaza es la única manera de salvar a la población de la muerte por deshidratación.
Aproximadamente 600 mil personas, la mitad de los habitantes de la parte norte, han hecho caso a la orden de evacuación israelí que afecta esta región y se han trasladado al sur, creando una situación de crisis humanitaria de enormes dimensiones en las ciudades meridionales de Jan Yunis y Rafah, que no están preparadas para tal emergencia.
“Han desplazado por la fuerza a 90 de mis familiares, y tenemos que acomodarlos en una casa de 140 metros cuadrados. Hemos dividido la casa en dos mitades, una para las mujeres y otra para los hombres”, explicó a EFE un vecino de Rafah, Abu Muayyed al-Hour.
“La responsabilidad de los hombres es salir temprano por la mañana, con unos intentando conseguir algo de pan, otros buscando agua y otros buscando verdura o latas de conservas, siempre haciendo inmensas colas. Otros tienen el encargo de encontrar un punto con electricidad para cargar la radio y los móviles, nuestros últimos salvavidas”, cuenta.
“No sé cuánto tiempo podremos aguantar. Ya estábamos en aprietos económicos y ahora estamos el borde de la hambruna”, agrega.
Además, Israel ha seguido bombardeando todos los días también, hoy, estas ciudades en el sur, aunque con mucho menos intensidad que las del norte, donde los ataques no cesan en todo el día.
Muchos gazatíes se han debatido largamente entre abandonar su hogar o arriesgarse a quedar, y otros no han podido elegir, al no ser capaces de afrontar un viaje de hasta 40 kilómetros a pie, rodeado por bombardeos.
“Me parece imposible abandonar el hogar que construyeron mis antepasados al llegar aquí en 1948. Pero nuestros vecinos han empezado a huir y Gaza se ha convertido en una ciudad fantasma, donde solo se oyen los cazabombarderos, así que decidimos huir al sur también”, cuenta a EFE Abu Ahmad al Masari, de 48 años.
“Tras cuatro horas de búsqueda encontramos un coche por valor de unos mil dólares, pero el dueño se negó a venderlo y tuve que pagar 15.000 para poder venir”, agrega.
“Ya no nos queda casi agua potable, no tengo leche en los pechos y solo me queda una lata de leche para mi hija. Pero no me iré, no tengo otro lugar que mi casa y me tendrán que sacar de aquí muerta”, asegura a EFE Nancy Hamdan, una madre de 24 años con una hija de ocho meses, residente en la zona costera de Gaza.
La escasez de combustible ha paralizado incluso el servicio de ambulancias y la administración local ha empezado a abrir fosas comunes para enterrar numerosos cuerpos de víctimas de bombardeos que no han podido ser identificados, pero tampoco pueden conservarse ya, al escasear la electricidad en los hospitales.
Israel también ha exigido la evacuación de cuatro hospitales, pero el Ministerio de Sanidad gazatí asegura que sus equipos seguirán en sus puestos, aunque se derriben los hospitales con ellos dentro, y ha agradecido a Jordania la decisión de mantener en servicio del reputado hospital de campaña jordano establecido en 2009.
Sigue sin saberse si en algún momento se abrirá el cruce fronterizo de Rafah, para permitir la entrada de los camiones con ayuda humanitaria que esperan en el lado egipcio y para evacuar al menos a los residentes con nacionalidad extranjera, entre ellos españoles, británicos y estadounidenses.
Estos últimos han recibido mensajes del servicio consular estadounidense que les sugieren acercarse lo más posible al cruce de Rafah, ya que si se abre “podría avisarse con muy poca antelación, y para un tiempo muy corto”, aunque, asegura.
Pero quienes se habían acercado hasta el propio cruce han vuelto a huir hacia la ciudad de Rafah tras un intenso bombardeo israelí de las inmediaciones.
Con información de EFE, por Anas Baba