El historiador Ben Wilson sostiene que si para 2050 dos tercios de la humanidad viven en ciudades, a finales del siglo la humanidad estará urbanizada
Cada día la población urbana se incrementa en 200 mil personas en todo el mundo y si en el 2050 los dos tercios de la humanidad vivirán en ciudades a finales del siglo la humanidad estará urbanizada.
Esta es la previsión del historiador británico Ben Wilson en el ensayo “Metrópolis. Una historia de la ciudad, el mayor invento de la humanidad”.
El estudio, publicado por Debate, afirma que, en tres años, 440 ciudades tendrán una población de 600 millones (7 por ciento de la población mundial) y representarán la mitad del Producto Interno Bruto del planeta.
Para el autor es el retorno a una situación que viene ocurriendo desde la antigua Mesopotamia o la Mesoamérica precolombina.
En su ensayo, Wilson no aborda las ciudades como lugares para el poder y el lucro, sino como lugares que formatean a quienes las viven.
El recorrido empieza en la que se considera primera ciudad, Uruk situada en el actual Irak y construida 5 mil años antes de la era cristiana y que fue superada en fama por Babilonia que representó el mito de la ciudad “monstruo”, cuyo éxito no le impidió aplastar a muchos de sus habitantes y que el autor compara con la Nueva York de comienzos del siglo XX.
Hubo que esperar a la civilización griega y romana para que la ciudad tuviese un aire más civilizado, como enseñan los baños o termas romanos, que no eran tanto un lugar de aseo como de socialización donde también se hacían negocios, discutía de política y se iba para ver y ser vistos.
Después de Roma hay que saltar a Bagdad, la capital intelectual y espiritual del mundo que fue construida con el más sofisticado y deslumbrante diseño urbano por un ejército de 100 mil arquitectos, topógrafos, ingenieros, en apenas cuatro años después de que Al Mansur la fundase en el año 762.
Europa tendrá que esperar a comienzo del siglo XII para asistir al desarrollo de las ciudades fortificadas que se beneficiaron de la guerra y la expansión hacia el este, como Lübeck, y que dio origen a la Liga Hanseática, un modelo que Lisboa importó en África y Asia a través de ciudades fortificadas.
Lisboa era a finales del siglo XV una ciudad diferente a cualquier otra urbe europea, ya que 15 por ciento de la población lo conformaban esclavos africanos, había una importante comunidad musulmana y un gran número de comerciantes judíos, holandeses y alemanes inmensamente ricos.
Wilson describe el Londres del siglo XVII como un ejemplo de una metrópolis sociable, donde los salones de café proporcionaban el motivo y lugar para los encuentros espontáneos y la aparición de redes sociales que hizo a la gente mas refinada.
“Los campesinos de la Irlanda del siglo XIX huyeron de la miseria y la hambruna para vivir en los terribles barrios bajos de Manchester y Chicago, arriesgándose a contraer el cólera y la fiebre tifoidea y sufrir mil penurias, pero donde tenían la oportunidad de comer dos veces al día”, escribe Wilson.
Dentro de las muchas ciudades aniquiladas en conflictos bélicos, Varsovia merece un capítulo en el que Wilson nos cuenta los intentos de la gente por sobrevivir, tanto dentro como fuera del gueto judío, una situación que Wilson compara con el Tokio arrasado por los bombardeos norteamericanos.
El recorrido a través de medio centenar de ciudades, y en la que aparecen fugazmente Barcelona, Ciudad de México, Curitiba, Madrid, Medellín, Porto Alegre y Rio de Janeiro, termina en Lagos, la capital de Nigeria.
Una ciudad “vasta, insondable, ruidosa, sucia, caótica, superpoblada, energética y peligrosa” que tendrá 40 millones de habitantes en 2040, pero con un “tejido urbano diferenciado” muy resistente, porque el desarrollo de la ciudad se ha dejado en manos de sus habitantes.
“La gente es muy buena construyendo sus propias comunidades”, afirma Wilson que sostiene que las ciudades seguirán creciendo por las mismas razones por las que han venido del campo a la ciudad durante seis milenios: la esperanza de una vida mejor, la savia de cualquier metrópolis.
Con información de EFE