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Las elecciones del domingo pasado relegitimaron la democracia mexicana en dos sentidos profundos: dieron la victoria a quienes más inconformes estaban con ella y repartieron drásticamente tanto el poder como la representación.

Hay una nueva legitimidad, un nuevo reparto del poder y una nueva partitura de la representación política.

El tsunami electoral que hizo estas cosas dejó tras de sí un paisaje de partidos políticos débiles: unos, los viejos, porque fueron reducidos a niveles casi de partidos testimoniales; otro, el ganador, porque es más una avalancha que un partido, y está apenas en el trance de constituirse.

Esta herencia de la elección, un sistema de partidos débiles con un partido dominante informe, preocupa con razón a Javier Tello, y fue uno de los temas de la discusión que tuvimos en La hora de opinar el lunes pasado, consultable aquí: https://bit.ly/2IY5XYY.

Es una preocupación que mira ya al futuro. La otra preocupación de Tello es quizá más sustantiva, y también mira hacia adelante.

Se refiere al concepto esbozado por Norberto Bobbio como resorte del ascenso del populismo y el autoritarismo, a saber: las “promesas rotas de la democracia”.

Es el caso de México, donde la democracia nació, digamos en 2000, en una ola de optimismo y de expectativas desbordadas. La promesa de la democracia mexicana fue enorme, pues iba a traerlo todo, era la única pieza que faltaba y poco había que hacer más que ejercerla y disfrutarla.

El desencanto con las promesas de la democracia mexicana creció al grado de crear el tsunami de rechazo y renovación del 2 de julio.

“El voto de julio fortalece a la democracia”, me escribe Javier Tello, siguiendo nuestra discusión, pero “la victoria de AMLO es en parte producto de una democracia rota, que sigue rota sin cumplir sus promesas. Y precisamente parte del proyecto de AMLO tiene que ver con ‘arreglar la democracia’, es decir, con ‘democratizar’ una democracia liberal que se había vuelto cada vez menos democrática”.

Si esto no se logra, si la democracia no cumple al fin sus promesas, la siguiente crisis la encontrará probablemente más escéptica y rota que ahora, y sin un sistema de partidos capaz de procesar democráticamente su nuevo escepticismo.