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No es lo mismo que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, le pegue a la piñata, que se acerque a las vitrinas donde está la vajilla de la dinastía Ming.

México fue elegido como el débil del grupo a quien Trump puede bullear sin mayores consecuencias. Amenazas de muros, de romper el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, de despreciar a muchos estadounidenses por su origen y color de piel.

Todo eso es tolerado porque efectivamente México es una nación dependiente y subordinada en lo financiero y comercial. Trump nos ha hecho y dicho de todo y nos tenemos que aguantar.

Pero con China la cosa cambia. Si con alguien tiene un verdadero problema comercial, si alguien le ha puesto un alto en sus planes militares en Corea del Norte, si a alguien le debe mucho dinero, es sin duda al gigante asiático.

Ahora, es de sentido común que con tanto poder, el presidente de Estados Unidos debería echar mano de sus mejores técnicas diplomáticas para tratar de negociar equilibrios, por ejemplo, en la parte comercial que tanto le importa.

Esto está muy bien en el papel, pero se trata de Donald Trump.

En la gira que realiza ahora mismo por Asia, hay mucho morbo y expectativa de ver de qué es capaz el presidente de Estados Unidos.

Por lo pronto ya fue a regañar a los japoneses y les dijo que no comprende cómo el país de los samuráis es hoy incapaz de derribar un simple misil norcoreano.

Peleonero como es Trump, fue a azuzar a los japoneses para que se armen, se organicen y eventualmente sean ellos los que respondan militarmente al régimen de Kim Jong-un.

¿Le importa a Trump que Japón sea militarmente fuerte, a pesar de las restricciones puestas a ese país tras la Segunda Guerra Mundial? Por supuesto que no. Lo que quiere el presidente de Estados Unidos es resolver su otra gran obsesión, que es el desequilibrio de su balanza comercial.

Lo que Trump quiere es dotar a Japón con armas estadounidenses, para equilibrar su balanza comercial, para que con ellas sean los japoneses los que entren en conflicto con Corea del Norte.

Quizá los japoneses no lo toman tan en serio, de ahí que la principal preocupación de los nipones era la interacción de Trump con el emperador. Sudaron, pero todo fluyó sin sobresaltos.

Pero lo que realmente va a marcar, no sólo este viaje sino la Presidencia misma de Donald Trump, será su visita a China a partir de mañana.

El presidente chino, Xi Jinping, se va a lucir con Trump. Seguro que mostrará su poderío económico y hasta militar, habrá de sacar la mejor vajilla que tenga disponible para la cena y adornará la mesa de negociaciones bilaterales con una vista a todos los bonos de deuda que China posee del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, como para que no olvide con quién habla.

Es un hecho, Trump no va a doblegar a Jinping, no conseguirá el aval de Beijing para aplastar al régimen de Corea del Norte y podrá conseguir algún dulce en materia comercial, nada que cambie los planes chinos de arrebatar a Estados Unidos los primeros lugares en todo.

Y le adelanto que la reunión más divertida para todos será la que tenga en unos días con el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, quien es un pelado de la calaña de Trump.

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