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Donald Trump no quiere dar un salto hacia el futuro, sino hacia el pasado. No quiere fundar la nueva grandeza estadounidense, quiere recobrarla.

La palabra que define o engloba el proyecto de la grandeza regresiva de Trump es “independencia”. Esa es la lectura, penetrante y convincente, de Ian Bremmer y Cilff Kupchan, a quienes cité ayer aquí (“The Geopolitical Recession. Top Risks 2017” (http://bit.ly/2iwxjJ2).

Independencia es una palabra de altas resonancias en la memoria y la mitología estadounidenses, una palabra fundadora. La pregunta hoy es: independencia de qué.

Trump quiere independizarse, dicen Bremmer y Kupchan, de “la responsabilidad de jugar un papel indispensable en los asuntos mundiales”, quiere “sacudirse las cargas que ponen sobre Estados Unidos las instituciones multilaterales y sus aliados”. Quiere ser libre de su liderato mundial.

Esto no es “aislacionismo”, precisan Bremmer y Kupchan, sino “unilateralismo”. Trump quiere actuar solo en el sentido de lo que le conviene a Estados Unidos, le convenga al mundo o no.

En términos militares, “independencia” es estar dispuesto a usar toda la fuerza necesaria para defender intereses fundamentales de Estados Unidos, sin importar las consecuencias que pueda haber para otros.

Económicamente, la independencia de Trump supone un regreso a la política industrial de la posguerra y un rechazo a las ataduras del libre comercio que, en la visión de Trump, ha permitido a las corporaciones transnacionales capturar la riqueza internacional, en detrimento del poderío económico estadunidense.

Desde el punto de vista de los valores, la  independencia de Trump supone la renuncia a la idea de que Estados Unidos debe promover en el mundo la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho.

Ahora irá en busca de alianzas rentables, con Rusia o Siria si es necesario, retirándose de tratos que le cuestan o no le benefician, como la OTAN, el tratado del cambio climático, la política de una sola China, o el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte.

Blindar las fronteras contra migrantes ilegales y musulmanes peligrosos es la escala final de este descomunal salto en busca del pasado luminoso de la fortaleza americana corroída por la globalización.

Hay un método, una utopía regresiva, en la locura de Trump.

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