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Estados Unidos ha cambiado en poco tiempo la narrativa del control económico a través de influir en los precios del petróleo. Desde los años 70 del siglo pasado, cuando Medio Oriente podía definir la suerte de la economía global, hasta nuestros días cuando uno de los principales productores de crudo es también la misma potencia que dicta el orden geopolítico.

Hoy no es la Organización de Países Exportadores de Petróleo la que adapta su política de precios de los hidrocarburos a la realidad geopolítica del mundo a su conveniencia; hoy es La Casa Blanca la que moldea el mercado mediante su poderío económico, financiero, militar y extractivo.

El pilar de esta influencia es la autosuficiencia, porque Estados Unidos alcanzó ya una producción histórica de 13.8 millones de barriles diarios de petróleo en septiembre pasado, lo que supera la actual producción de Arabia Saudita en torno a los 10 millones de barriles diarios.

Y justamente ese volumen estadounidense provoca un efecto “techo” en el mercado ante cualquier intento de la OPEP+ (ese signo de más incluye, entre otros, a Rusia) por recortar la oferta e influir en un alza de precios.

¿Dónde podría Estados Unidos, bajo el mando de Donald Trump, buscar equilibrios en el mercado petrolero? Es muy difícil responder cualquier cuestión que involucre los estados de ánimo del Presidente estadounidense.

Pero, claramente una baja en los precios del petróleo, como la que se ha presentado tiene un efecto positivo en la inflación de Estados Unidos, lo que debería facilitar que la Reserva Federal continúe con su proceso de relajamiento monetario y, por lo tanto, la baja en el costo del dinero impulse el crecimiento.

En enero de este año el precio promedio del referente petrolero estadounidense el West Texas Intermediate (WTI) rondaba entre 78 y 80 dólares por barril. Desde ese punto máximo del año, esta semana el precio de ese crudo había bajado a 54.89 dólares, lo que implica una disminución de 28 por ciento.

Externo a la voluntad estadounidense está la baja en la demanda china por petróleo. Y de forma interna está el aumento en la producción de crudo a niveles récord, y como influencia geopolítica estadounidense contó la posibilidad de un eventual alto al fuego entre Rusia y Ucrania.

Pero Donald Trump parece usar válvulas de apertura y cierre del mercado petrolero, como una forma de quizá no exagerar en la caída del precio del petróleo y afectar a sus productores locales.

Más allá del nuevo desencuentro con Rusia, Trump primero autoriza a Chevron con tener licencias de explotación del petróleo venezolano y después, decreta un bloqueo total de las exportaciones petroleras marítimas de la dictadura de Nicolás Maduro.

Así, Trump abre y cierra la válvula de un mercado que ya controla. Los 860,000 barriles que pudiera aportar Venezuela al mercado mundial no representan un gran cambio en la oferta y la demanda, son una forma de mandar el mensaje de quién está a cargo de las energías mundiales en estos momentos.

Estados Unidos decidió hace no muchas décadas nulificar ese riesgo externo de control de su soberanía energética con el impulso del shale gas y lo logró.

Y hoy todo ese control está en manos de Donald Trump.