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(Primera de dos partes)

Una de las principales preocupaciones de los bancos centrales del mundo desarrollado durante la década que siguió a la Gran Recesión del 2008-09 fue evitar un escenario de deflación similar a lo ocurrido en la Gran Depresión o al ocurrido en Japón durante la década de los 90.

En contraste con estos dos casos en los que los bancos centrales reaccionaron inicialmente, restringiendo la política monetaria y agravando la crisis, la reacción en la Gran Recesión fue un experimento de expansión monetaria inédito y de proporciones históricas.

Dicho experimento consistió en la reducción de las tasas de interés a cero —y su mantenimiento en ese nivel por varios años— y la inyección de cantidades inusitadas de recursos a la economía, mediante un programa de expansión monetaria cuantitativa que básicamente implica la impresión de dinero para comprar instrumentos financieros.

Aunque la mayoría de los especialistas coincidía en que estas medidas contribuirían a evitar un escenario de deflación en el corto plazo, también existía una preocupación de que esta gran expansión monetaria, combinada con un fuerte incremento en los niveles de endeudamiento gubernamental acabaría provocando presiones inflacionarias en el mediano plazo.

Sin embargo, esto nunca ocurrió y la inflación se mantuvo por debajo de los objetivos mínimos de los bancos centrales en Europa, Estados Unidos y Japón. La teoría nos señalan que, si un helicóptero se dedicara a arrojar el dinero impreso por los bancos centrales, los agentes económicos tendrían más recursos disponibles y aumentarían su demanda de bienes y servicios, inevitablemente causando un incremento en los precios de éstos.

Sin embargo, durante la Gran Recesión una gran parte de este dinero se quedó guardado en el sistema financiero en lugar de llegar a las manos del sector privado o el gobierno para ser gastado, con lo cual, la velocidad de desplazamiento del dinero se vio severamente disminuida.

El dinero que imprimieron los bancos centrales se destinó, principalmente, a la compra de instrumentos financieros. Los vendedores de estos instrumentos financieros fueron principalmente fondos de pensiones, aseguradoras e instituciones financieras que reinvirtieron los recursos en otros activos financieros.

Normalmente, el canal por el cual el dinero sale del sistema financiero y entra en los bolsillos de los gobiernos y el sector privado es el financiamiento, pero éste fue limitado, porque la demanda de crédito estaba estancada al venir precisamente, saliendo de una burbuja de sobreendeudamiento.

Es por eso que la inflación se dio, principalmente, en los precios de los activos financieros, mientras que permaneció ausente de los precios de bienes y servicios. Adicionalmente, la baja inflación en el mundo desarrollado es, en parte, consecuencia de la baja del precio del petróleo, el gas y otras materias primas.

Asimismo, el sector servicios atravesó una fuerte fase deflacionaria provocada por cambios tecnológicos similar a la sucedida en el sector industrial durante la revolución industrial. La pregunta pertinente es si la nueva expansión monetaria tendrá un desenlace diferente después de esta crisis, lo cual abordaremos en la siguiente edición de “Sin Fronteras”.