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Vuelve a ser un asunto de escándalo en los medios la política de deportaciones de Estados Unidos hacia México.

La hostilidad renovada con que la practica Donald Trump vuelve a abrirnos los ojos a una historia de violencia institucional que quizá no tenga paralelo en ninguna otra frontera del mundo.

Digo violencia institucional porque, en lo sustantivo, las deportaciones son legales, pero eso no les quita ni su dureza ni su inhumanidad.

Increíble el silencio con que a través de los años los gobiernos y las sociedades de ambos países han visto con naturalidad tan escandalosa historia. Increíble también el silencio de las organizaciones internacionales de derechos humanos al respecto.

México no ha hecho de este problema el centro de su relación con Estados Unidos. Nuestro gobierno parte de la idea de que la migración es materia de política interna estadounidense en la que México nada tiene que decir.

Pero una cosa es el respeto a la política interna de Estados Unidos en la materia y otra cosa es callar ante la inhumanidad y la violencia que se ejerce todos los días contra miles de seres humanos, la mayoría mexicanos, detenidos y deportados, tantos como 2 millones 600 mil durante los ochos años de gobierno de Barack Obama.

México no solo no repudia en voz alta las deportaciones, sino que durante los últimos años colabora activamente deteniendo en su propio territorio y deportando a miles de centroamericanos que quieren llegar a Estados Unidos.

Los movimientos de resistencia a esta barbarie cotidiana, hay que decirlo, y los instrumentos de defensa contra ella, son más visibles y más efectivos de aquel lado de la frontera que de este.

El grito de protesta de México contra las deportaciones tiene que empezar en su propio territorio, dando a los centroamericanos aquí el mismo trato que debería exigir para los mexicanos allá.

Mañana, aquí, algunas cifras de la trampa de las deportaciones en la que estamos metidos, como parte de la política migratoria punitiva, esa que ha hecho de nuestra frontera con Estados Unidos la más institucionalmente violenta del mundo.

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