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Una de las primeras medidas que adoptó Donald Trump al llegar a la Casa Blanca fue amenazar a sus socios comerciales al tiempo que inyectaba esteroides fiscales para forzar un crecimiento acelerado.

Logró con los estímulos tributarios impulsar un crecimiento económico, que le cuesta en ingresos al gobierno federal, pero ha llevado la economía a crecer. Sin embargo, puede ser que ese gas que impulsa la actividad económica no alcance a llegar en su momento de plenitud a lo que realmente le importa a Trump: su reelección.

Trump necesita que su economía mantenga las tasas de crecimiento altas hasta que sus electores le den otros cuatro años más en el poder, pero esto ocurriría hasta noviembre del próximo año.

Mientras tanto, el presidente de Estados Unidos hace lo que mejor sabe: presionar despiadadamente a sus socios y aliados, para imponer su agenda a cualquier costo.

China no es un blanco corderito. Es un país que ha usado el férreo control político, económico y social que tiene sobre su población para forzar un crecimiento que se basa en la mano de obra barata y obediente.

Puede imponer condiciones a casi todos, menos a Estados Unidos, que sólo requería de ese componente de la agresividad de Donald Trump para desatar el escenario que hoy tenemos: una posible guerra comercial repleta de perdedores.

Quizá Trump está midiendo mal las consecuencias de su lance más reciente contra China. Si su respaldo es ese impresionante crecimiento del primer trimestre de 3.2% del Producto Interno Bruto, bien haría en revisar a detalle sus componentes.

El consumo interno no es boyante y el impulso llegó de las exportaciones, esas que hoy quiere frenar desatando un conflicto comercial global de dimensiones sin duda desconocidas.

Hay que buscar las pistas de este nuevo desencuentro entre Estados Unidos y China en la injerencia que suele tener Donald Trump en la vida interna de los otros países.

En el caso de México, por ejemplo, se logró un acuerdo sustituto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte después de que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador aceptó la imposición de una nueva ley laboral. Aun así, falta su ratificación.

En el caso de China, la Casa Blanca quisiera que el gobierno de Xi Jinping escribiera en sus leyes la manera como Trump quiere el comercio bilateral. Algo complejo para el estilo político de los orientales.

Donald Trump está subiendo la vara al gobierno chino porque cree que puede funcionar su estilo agresivo de negociar. Porque cree que China no aguantaría una desaceleración económica más profunda a la que ya presenta y porque está seguro de que su economía está por demás robusta y que, en todo caso, ahí está la Reserva Federal para dotarle con parque para su guerra con una baja en las tasas de interés.

Hay que decirlo, hasta ahora a Donald Trump le han salido las cosas como quiere. Su estilo agresivo tiene a Estados Unidos con un sólido crecimiento económico.

La manera como crece la economía estadounidense está generando facturas por pagar. Donald Trump quiere extender en el tiempo a quien deba pagar esos costos.

Si no le sale la jugada de presión hacia los chinos, las consecuencias serán globales, prolongadas y nefastas para el comercio mundial.