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El pasado
Foto: captura de pantalla

Al pasado debemos dejarlo en el pasado.

Enterrarlo, de ser posible. Sobre todo, cuando duele tanto.

-Beatriz Rivas

A veces, sin uno buscarlo, surgen escenarios que parecen increíbles y que dan respuestas a formas de pensar que no tienen una explicación lógica.

Siempre me he preguntado de dónde sale esta forma de mirar con recelo a las personas nacidas en China por algunos miembros de mi familia. Y resulta que, sin buscarlo, encontré la respuesta. Un grupo de amigas y yo leímos una novela de Beatriz Rivas con el título Jamás Nadie. Habla sobre un suceso casi borrado de la historia y entonces entendí. Me di a la tarea de averiguar sobre un episodio de los anales de México que no conocía y que ella narra en forma de novela; esto fue lo que encontré:

“Las calles de Torreón a las tres de la tarde estaban cubiertas de cadáveres… La consternación en que quedó la ciudad es indescriptible, no hay palabras con que expresarla.” Contaba en estas líneas el periodista Delfino Ríos, testigo del asesinato de 303 chinos el 15 de mayo de 1911, en Torreón, Coahuila, al norte de México. Una masacre violenta que entinta de oscuridad nuestra historia, un agravio que quedó impune y del que al menos yo no tenía ni idea.

Lo que más sorprende es que no hay casi investigaciones al respecto, y en los archivos del lugar prácticamente no se menciona. Pareciera que si no se cuenta entonces no pasó, pero el silencio se vuelve cómplice y se cobra poco en la vergüenza cuando los secretos brotan, porque no se pueden contener.

Durante el principio del siglo XX, llegaron a estas tierras originarios de China, sobre todo de la región de Cantón. Huían de la hambruna o escapaban de la persecución racial en Estados Unidos. Esta migración fue permitida a raíz de las negociaciones efectuadas entre el gobierno del presidente Porfirio Díaz y el gobierno de la dinastía Qing. Inclusive hay un tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado el 14 de diciembre de 1899 firmado en Washington, en el que los nacionales de cada país eran libres para viajar, residir y hacer negocios en el país del otro.

Profundamente trabajadores, una cultura que cobija a los suyos, se fueron abriendo paso con el sudor de su frente. Para el año de 1911, la comunidad china de Torreón estaba integrada por unas 600 personas, la mayoría comerciantes, campesinos o propietarios de lavanderías, incluso hubo alguno que fundó el primer banco de la ciudad. Venían atraídos por la prosperidad de esta joven ciudad algodonera y bien comunicada por el ferrocarril. Se asentaron buscando una oportunidad.

Pero no lograron escapar aquí tampoco de esta sombra que se nutre del racismo y de la xenofobia, se vivía un clima social contra inmigrantes asiáticos y árabes en todo el país, incluso en Sonora se prohibía el matrimonio entre mexicanas y chinos.

El movimiento antichino de Sonora, cobijado por un ferviente nacionalismo, tuvo influencia porque el entonces presidente de México, Plutarco Elías Calles, era sonorense.

En Torreón el ambiente era particularmente hostil contra ellos, había la creencia de que le arrebataban el trabajo a los mexicanos, que envenenaban a los ciudadanos y de California habíamos importado la creencia de que eran una raza inferior.

Antes de la Revolución, en 1907, en la Comarca Lagunera se asentaron grupos anarquistas identificados con el periodista Ricardo Flores Magón.

Los magonistas, como se les conocía, se pronunciaron abiertamente contra los chinos por considerarlos una migración indeseable.

A los prejuicios económicos se unió el racismo. ¡Viva Madero y mueran los chinos!, fue el grito de armas del coronel maderista al frente de la masacre, Benjamín Argumedo.

Uno a uno los acribillaron y los cadáveres fueron tirados en la calle donde la turbe enardecida perdía su humanidad. Aquellos días marcaron con sangre, de esa que no se borra, al suelo mexiquense. Les quitaban los zapatos donde llevaban sus ahorros escondidos. Después los arrastraban atados con reatas a los caballos, y a algunos los mutilaron con machetes.

En un socavón a las afueras del panteón tiraron los cuerpos, porque las autoridades no permitieron que los chinos fueran enterrados dentro del camposanto.

Días después de la masacre, pasó por el puerto de Veracruz un barco de guerra de la Armada Imperial China, armado con cañones de largo alcance y con cinco lanza torpedos. Quizá el episodio pudo terminar en un conflicto armado entre México y China, pero los tiempos marcaban, del otro lado del mar, una revolución que anunciaba el fin de la última dinastía imperial estableciendo la República China. El gobierno del presidente Francisco I. Madero ofreció una indemnización que nunca se pagó, ya que fue asesinado en 1913.

El episodio se enterró, los sobrevivientes y los ciudadanos entraron en estado de mutis. El tema no se volvió a tocar. Pero las matanzas no terminaron ahí, el 24 de octubre de 1913, 600 chinos fueron acribillados en las afueras de Monterrey. Despojaron de sus tierras a los agricultores de Durango, Chihuahua y Coahuila. Se inició la construcción de “barrios orientales” en Sonora en 1915, a la manera de los guetos judíos de Europa Oriental.

Cuatro mil chinos y japoneses fueron confinados en estos barrios orientales. En 1916 estaba de gobernador de Sonora Adolfo de Huerta, que clausuró los comercios chinos y  quien aseguraba que el beriberi, la tracoma, la sífilis, la tuberculosis y la sarna las transmitían estos seres a los que despreciaba tanto. El diario El Siglo de Torreón hizo constar, en 1926, la inauguración de un club antichino.

Pero por más que intento de enterrar un pasado cuando duele tanto, se escabulle en el lenguaje que va permeando, trayendo las ideas y las emociones vividas en cada época. “Nunca me casaría con un chino, tienen unas manitas horrendas” ahora la frase cobra sentido. El antichinismo se escabulló en el tiempo dejando un odio que quedó guardado en la memoria colectiva. No podemos escapar a este demonio xenofóbico si no se arranca de raíz. Seguimos viendo con recelo al migrante, al de piel de distinto color, al que piensa diferente o pertenece a alguna otra religión o creencia que no sea la nuestra.

Nace esta exclusión de los otros por miedo a lo distinto, a lo desconocido y después se finca en la intolerancia que empuja el racismo. Fuente de las mayores matanzas de la historia, aquellas que reconocemos y las otras que están guardadas por vergüenza. De ahí deviene la palabra “pogromo”, que habla de los linchamientos multitudinarios en contra de un grupo en particular, ya sea étnico, religioso o de clase. Aunque la palabra de origen ruso se ha usado especialmente para denotar actos de violencia en contra del pueblo judío, aplica en el caso de cualquier otro grupo de seres humanos que son privados de su libertad, de sus bienes y de la vida misma por las mismas causas.

El pogromo de aquel día sale a la luz, entender por qué pensamos como lo hacemos ayuda a ir limpiando el daño que se gestó desde nuestra hominización, reminiscente en nuestra historia evolutiva. Por eso nos cuesta tanto erradicarlo.

DZ

Información Carlos Castañón, investigador del Instituto Municipal de Documentación y Archivo Histórico Eduardo Guerra.

La olvidada matanza de chinos en México. BBC Mundo 15 de Mayo 2015