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Estuve en Los Mochis el fin de semana, una de las ciudades que crecen a partir de una agricultura moderna que poco o nada tiene que ver con lo que significa la palabra campo en el imaginario tradicional de México, y en las prioridades del nuevo gobierno.

Lo que priva en las amplias cuadrículas verdes, minuciosamente cultivadas, que rodean la ciudad, son campos de agricultura moderna, de altos rendimientos.

Es la agricultura comercial que ha crecido sin parar en los últimos quince años, muy por encima de la economía nacional, a veces con cifras de dos dígitos.

Los cultivos tradicionales en el campo mochiteco, gran productor de maíz blanco, tienen rendimientos que en nada se equiparan a los del campo tradicional, donde las cosechas pueden ser de 2 o 3 toneladas por hectárea.

En los campos maiceros de Los Mochis, y de Sinaloa en general, el rendimiento es de 13 o 15 toneladas por hectárea. Pero es aquí donde los precios de garantía que el nuevo gobierno quiere pagar por el maíz blanco no premiarán la productividad de los campos maiceros sinaloenses pues pagará esos precios, hoy superiores al precio de mercado, a productores de poco tonelaje, lo que dejará fuera del beneficio a la mayoría de los productores sinaloenses.

El caso del maíz sinaloense prueba de modo fehaciente que enfrentar los problemas de la agricultura de altos rendimientos con criterios de apoyo a la agricultura de subsistencia es un camino seguro a una mala política hacia la productividad en el campo.

Si la realidad del campo es dual y conviven en él la agricultura moderna productiva y la tradicional de subsistencia, quizá lo inteligente sería tener también una política pública dual: la que responda a las necesidades de la productividad y la que vele por mejorar las condiciones de subsistencia características del viejo campo mexicano.

El trato igual a desiguales es una forma de desigualdad, y en el caso del campo puede obtener lo peor de los dos mundos: no aliviar las carencias del campo tradicional y quebrar la productividad del campo moderno.

Subordinar uno al otro, medirlos con el mismo rasero, le hará daño a los dos.