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En la edición anterior de Sin Fronteras analizamos el impacto de la reforma fiscal impulsada por el Partido Republicano y la administración Trump y aprobada a finales del 2018.

En dicha edición, nos enfocamos en el impacto del estímulo fiscal sobre el crecimiento y el bienestar y concluimos que, si bien la reforma ha generado un mayor dinamismo en el corto plazo, el crecimiento se dio a costa de un fuerte deterioro en las finanzas públicas, beneficiando principalmente a las grandes empresas, sus accionistas y sus principales directivos.

Aunque el Partido Republicano se ha posicionado tradicionalmente en la esquina de la disciplina fiscal, la realidad es que las últimas administraciones de este partido han generado deterioros importantes en las finanzas públicas.

Esta situación comenzó con la administración de Ronald Reagan en los años 80 que impulsó una serie de recortes impositivos en un entorno de bajo crecimiento con inflación elevada y tasas de interés altas.

A los pocos meses de tomar el poder, Reagan enfrentó una recesión y anunció un agresivo recorte a las tasas impositivas. El plan fiscal ayudó a la economía americana a salir de la recesión y a los mercados accionarios a tener un comportamiento muy favorable entre 1981 y 1987, donde el índice Dow Jones triplicó su valor. Sin embargo, el esfuerzo fiscal implicó un deterioro importante en las finanzas públicas.

El déficit público como porcentaje del PIB pasó de 2.4% en 1981 a casi 6% en 1983. Durante los ocho años de la administración Reagan, el déficit fiscal como porcentaje del PIB promedió casi 4% en comparación con 2.1% en la era Carter.

Asimismo, la deuda pública como porcentaje del PIB pasó de 31% en 1980 a 50% en 1988.

Aunque el plan fiscal de Reagan sirvió para estimular la economía, el argumento de que la aceleración en el crecimiento del PIB haría que los recortes impositivos se “pagaran por sí solos” nunca se cumplió. Aunque Reagan nunca tuvo que enfrentar las consecuencias de su plan fiscal, su sucesor, George Bush Sr, vivió una inevitable recesión en 1991 en la que el gobierno no tenía herramientas de política fiscal para combatirla —la deuda pública como porcentaje del PIB ya había ascendido a 60 por ciento.

Esta recesión le costó la reelección a Bush Sr y fue la administración de su sucesor, Bill Clinton, la que tuvo que emprender un plan eficaz de disciplina fiscal.

En los años de la administración Clinton, el balance público pasó de un déficit equivalente a 4.5% del PIB a un superávit de 2.3% mientras que la deuda pública como porcentaje del PIB bajó de 60 a 54 por ciento.

Sin embargo, el saneamiento de las finanzas públicas duró lo que la administración Clinton, ya que su sucesor, el republicano George W. Bush, acabó con el superávit y lo convirtió en un déficit equivalente a 3.4% del PIB mientras que la deuda pública se disparó a 74% del PIB. Cuando el demócrata Barack Obama tomó la presidencia en el 2009 en medio de la peor crisis económica desde la Gran Depresión, se vio obligado a usar todas las herramientas disponibles de política fiscal para evitar una catástrofe histórica.

El gobierno aumentó el gasto y la inversión pública de manera considerable, ampliando el déficit fiscal hasta 9.8%, el punto más álgido de la Gran Recesión del 2009. Aunque el déficit se redujo considerablemente hasta 3.2% al final de la administración Obama en el 2016, los ocho años de déficits constantes llevaron la razón de deuda a PIB a un nuevo récord histórico de 105% al cierre del 2016.

En los primeros dos años de la administración Trump, el déficit público se ha incrementado 42% en términos nominales, llegando a 4% del PIB.

Mientras tanto, la deuda pública como porcentaje del PIB podría terminar el 2018 en un nivel cercano a 107% del PIB.

Estados Unidos es actualmente la economía desarrollada más endeudada del mundo después de Japón (236% del PIB) e Italia (131% del PIB) —lo más delicado es que, de acuerdo con datos del FMI, la deuda pública como porcentaje del PIB en Estados Unidos se incrementará de 107% al cierre del 2017 a 117% en el 2023.

Estados Unidos es la única economía desarrollada donde el FMI anticipa una razón deuda/PIB con una trayectoria ascendente para los próximos cinco años.