Elecciones 2024
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Todos los días se suman caritas tristes entre los creyentes del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, cuando ven que se esfuman muchas de las promesas de campaña.

El enorme respaldo político y hasta la fe que le tienen al tabasqueño podría alcanzar para que se convierta en un valor de la llamada cuarta transformación aquello de las finanzas públicas sanas.

Los más escépticos mantenemos las dudas de la seriedad del compromiso de la disciplina durante el próximo gobierno, pero hoy el discurso al respecto es impecable.

El próximo responsable del gasto público se esfuerza, en cada foro al que asiste, en convencer a sus audiencias de lo comprometidos que están con el manejo prudente de las finanzas públicas y buscan que el paquete económico del 2019 sea el botón de muestra.

El negociador comercial del presidente electo, Jesús Seade, aportó mucho al mantenimiento del statu quo en la relación comercial con Estados Unidos, lo que deja claro que el próximo gobierno se siente cómodo con el mantenimiento del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Alfonso Romo, nada menos que el titular de la Oficina del próximo presidente, se faja y revela que la política de precios de las gasolinas se mantiene sin cambios, con precios internacionales e impuestos especiales intactos. Totalmente en sentido contrario de la oferta de campaña, pero con una enrome congruencia financiera que hay que aplaudir.

Esa sensatez que muestran la mayoría de los futuros funcionarios ha logrado que los mercados se mantengan estables y hasta entusiasmados del futuro de la siguiente administración.

Pero no todos los que acompañan a López Obrador gozan de la misma sensatez. Hay algunos futuros funcionarios que muestran que, si la realidad corre en contra de sus personalísimos planes, es problema de la realidad.

Más allá de las pifias constantes de los legisladores de Morena y afines, que consiguieron sus propios votos, destaca el pleito que tiene con el sentido común el próximo secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú.

La defensa a ultranza que hace de destruir los avances de la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) para levantar un elefante blanco en la base militar de Santa Lucía, va más allá de la preferencia que tengamos algunos.

En su caso, acompaña la defensa de varios conflictos de interés.

Es capaz de confrontar a los más connotados expertos en ingeniería, la aviación, el turismo y las finanzas sin darse cuenta de que aspira a ser el titular de la cartera responsable de esos temas y por lo tanto debe mantener imparcialidad.

Pero hay algo más, sin pudor, ha acompañado su defensa de Santa Lucía con un rendereo elaborado por Rioboó que se presenta como “el” proyecto alternativo.

Esa insistencia que suena a capricho sí implica un riesgo a la estabilidad y a la confianza del próximo gobierno. Si llegaran a desechar la construcción del NAIM para construir el proyecto de Rioboó, habrá costos enormes para el gobierno de López Obrador.

Y si el presidente electo no puede controlar los mensajes negativos que emanan desde su primer círculo y que ponen en peligro la estabilidad de su propio gobierno, siempre tendrá la oportunidad de hacer los ajustes en las personas que deban ocupar las carteras.