La fijación de aranceles al acero y al aluminio que EU comenzó a aplicar desata explicables reacciones de condena, y esta vez la afrenta (¡gracias, Donald!) no va dirigida solo a México. Trump ha puesto en estado comatoso el libre comercio, pero quizá en negociaciones bilaterales con cada país haga lo que con Brasil: arreglarse … Continued
La fijación de aranceles al acero y al aluminio que EU comenzó a aplicar desata explicables reacciones de condena, y esta vez la afrenta (¡gracias, Donald!) no va dirigida solo a México.
Trump ha puesto en estado comatoso el libre comercio, pero quizá en negociaciones bilaterales con cada país haga lo que con Brasil: arreglarse y levantar la regresiva disposición proteccionista.
El riesgo mayor es que el bravucón de la Casa Blanca fije aranceles a productos derivados de esos metales (componentes de computadoras o celulares, por ejemplo), porque entonces estallaría una verdadera guerra comercial, ya que todo el sistema de la cadena productiva, exportación, importación y trabajo del orbe habría sido dinamitado.
Antes del acero y el aluminio, Trump impuso aranceles a paneles solares y lavadoras (de éstas, argumentó, en EU había 32 fábricas y cerraron 30). Y para acabarla de amolar, este cuate desprecia a la OMC, así que nada lo detendrá.
La titular del FMI, Christine Lagarde, hace ver el fondo de la locura proteccionista: limitar el crecimiento comercial afecta el crecimiento económico en general y, obvio, lo peor: del empleo…
