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Pensé, con otros, que el rechazo a Trump era ya una fibra potente de la sensibilidad pública de México. Que convocar a manifestarla podía bastar para sacarla a la superficie.

Me equivoqué, nos equivocamos.

Si ese sentimiento está ahí, hará falta más que una convocatoria para hacerlo patente.

Trump ayudará a potenciarlo, no tengo duda, porque su antimexicanismo seguirá y porque ha empezado a cobrar víctimas irreversibles.

No las cobra aquí, de este lado de la frontera, sino allá, del otro lado, donde millones de mexicanos han empezado a vivir una especie de estado de sitio, un asedio policiaco que no respeta edades ni lazos familiares.

Del estado de ansiedad y resistencia en que viven esos millones de mexicanos tuvimos una muestra a la vez desolada y esperanzadora quienes acudimos este sábado, por incitación de Agenda Migrante, a una reunión con indocumentados en Phoenix, Arizona.

Aprendí ahí que estos migrantes no quieren regresar a México, sino permanecer en Estados Unidos, incluso si esto supone estar presos el tiempo que dure el juicio contra la decisión de deportarlos.

Aprendí que la mejor defensa que pueden tener, la única en la que confían, es la que puedan darles los tribunales de allá, no los gobiernos o los políticos de acá, los tribunales de aquí.

Son mexicanos cuyo país elegido es Estados Unidos aún si son tratados y maltratados ahí como ilegales.

Aprendí que cada deportación implica para ellos una mutilación familiar, la pérdida de un hijo, un padre, un abuelo, una esposa, una madre, con frecuencia varias de esas cosas a la vez.

Aprendí que la deportación no significa un alivio o un reencuentro, sino a menudo un infierno: la condición de indocumentado y desamparado en su propia patria.

Los separados son devueltos a un país que ha dejado de ser el suyo, o nunca lo fue, y ese país que está al sur del río Bravo se porta invariablemente agresivo, indiferente o abusivo con ellos.

Los mexicanos de allá son un espejo crítico del México de acá. Son también la primera trinchera de la guerra que nos ha declarado Trump y de la que, como sociedad, no hemos acabado de tomar nota.

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