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Quizá llegue el día en que agradezcamos la brutalidad con que Trump ha hecho manifiestas nuestras debilidades.

Estábamos cómodos, inconfortables pero cómodos, en la creencia de que el acuerdo estratégico con Estados Unidos tenía un futuro de largo plazo.

No había gran cosa que cambiarle al acuerdo, ni en sus beneficios ni en sus costos.

Había dos beneficios: la vitalidad del TLC, motor único del crecimiento mexicano, y los 11 millones de mexicanos ilegales que trabajan en Estados Unidos y envían a sus familiares unos 24 mil millones de dólares anuales.

A cambio había que pagar costos como la guerra contra el narco y la entrega de nuestra seguridad a las agencias estadounidenses, para el control migratorio y la prevención antiterrorista.

Había que dar también solidaridad en los foros multilaterales a la política de Washington y contener nuestra actividad política en territorio estadounidense.

No hicimos política con la comunidad de mexicanos legales e ilegales que viven allá ni con la comunidad mexicoamericana ni con los actores de la política profesional de aquel país: los medios, el Congreso, la comunidad empresarial y financiera, los gobiernos locales, las universidades, la muy robusta sociedad civil.

La hostilidad del nuevo presidente de Estados Unidos amenaza con suprimir las dos ventajas grandes de aquel acuerdo: el TLC y la litigiosa tolerancia a los trabajadores mexicanos ilegales.

Pocas cosas tan serias en esta coyuntura como descubrir que no mejoramos ninguno de los frentes que quedaban fuera del acuerdo. Un acuerdo no escrito en ninguna parte, por cierto, salvo en las reglas del TLC, hoy puestas bajo fuego.

No fortalecimos la economía ajena al TLC, no mejoramos nuestro mercado interno, no diversificamos nuestra relación con el exterior, no ofrecimos una alternativa a los millones de mexicanos que resuelven su vida y la de sus familias trabajando allá.

Tampoco mejoramos nuestra seguridad. No contuvimos la impunidad ni la corrupción, no mejoramos la calidad de nuestros gobiernos ni la eficacia de nuestra democracia ni el vigor de nuestro estado de derecho.

La hostilidad de Trump demuestra que no hicimos la tarea como país. Nuestra vulnerabilidad es del tamaño de nuestras omisiones.

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